Verano con y sin
Mejor dicho, con calor o bien sin él. O con poquito, vaya. El menos posible. Siempre me pregunté qué razón mueve a unos ciudadanos a elegir para el veraneo el Norte o el Sur, el mar o el monte, el sol estival a toda mecha o la huida de sus rigores, que desde luego no son moco de ave (más fino así que "moco de pavo"). Creo que no hay que confundir la edad juvenil con tales preferencias pensando, por ejemplo, que los más jóvenes buscarían el sol y los menos jóvenes lo esquivan, ya que sierra y costa -fresca o cálida- se pueblan igualmente de muchachos y de mayores. Y no puedo dejar de recordar, al acercarme a este curioso tema, un suceso tan dramático como revelador que ocurrió en los años sesenta y en pleno verano de nuestra Andalucía. Los Festivales de España en Cádiz habían incorporado a su programación un concierto a cargo de la sinfónica de un país rigurosamente nórdico, Finlandia creo recordar. Era el mes de agosto. El director de la orquesta dejó el hotel por la mañana para ir a bañarse, solo, a la playa Victoria, donde se le vio retozar igual que un chiquillo. Galopó por la orilla, se rebozó en la arena y se fue al agua una vez tras otra, como desquitándose de los largos meses de oscuridad y frío de su tierra, rehuyendo una sombrilla, entregándose a arder como si se diera al amor, ya que -no nos equivoquemos- lo que más se paga de los Sures por parte de los de muy arriba es siempre el sol, se trate de España o el Caribe, de Italia, Grecia o Marruecos; el color local y demás alicientes quedan en segundo término, aunque a veces no lo parezca. Pues bien, y volviendo a nuestra historia, ya con el sol recién echado, unos vecinos de playa repararon en el sueño demasiado largo del retozón. Fueron a él, y el final ya lo adivinan los lectores; poco más adelante, se lo conté al escritor argentino Federico Peltzer, que elaboró un buen relato con aquella muerte solar, casi dionisiaca aunque sin alcoholes de por medio, y que me parece puede arrojar cierta luz sobre el asunto aquí planteado. En efecto, la elección entre meterse de lleno en el verano o escapar de él, quizá defina en parte dos psicologías, más vitalista y encendida la primera, más sosegada la segunda: una rara variante de las diferencias platónicas y aristotélicas en versión estival. Claro que hablo de una elección veraniega no condicionada por conveniencias de salud, de dinero ni porque es en Cazorla o Sierra Nevada, la Costa del Sol o la del Atlántico andaluz donde se tienen familiares y amigos. En cuanto a la península, exagerado sería decir que veranear en el Norte casi equivale a hacer una otoñada en el Sur, pero algo de eso hay. Y cerremos saludablemente recordando al músico finlandés y adhiriéndonos a los consejos de prevención antisolar que ahora nos ametrallan a diario desde los medios. ¡Viva el verano en llamas!, pero sin que nos maten a la corta o a la larga.
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