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Tribuna:CRISIS POLÍTICA EN ASTURIAS
Tribuna
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Flechas y flechazos

Por una vez, y sin que sirva de precedente, Francisco Álvarez Cascos tiene razón al referirse a las últimas actuaciones del presidente del Principado de Asturias, Sergio Marqués: "Sin mayoría parlamentaria, sin norte programático y sin disciplina presupuestaria, atrincherado en la demagogia, en el culto a la persona y en el clientelismo, ningún Gobierno puede ofrecer resultados y modernidad".A estas alturas, después de varios meses de confrontación inclemente, seguir preguntándose por las causas de la gravísima crisis política e institucional asturiana es inútil. Ya se sabe que se trata de una lucha de poder a brazo partido por controlar el Partido Popular en la región donde pierde Marqués, ya se entiende que si no se ha explicado con claridad es que debía salpicar a cada bando, ya se supone que estarán terceras personas o empresas implicadas en obras de "fomento" y servicios al PP. Todo está claro, a falta de algún nombre irrelevante o algún apellido ilustre.

A estas alturas de la crisis asturiana, expulsado Marqués del grupo parlamentario que le eligió presidente, fuera del partido que le hizo diputado, sin apoyos en la Cámara para gobernar y agarrándose al clavo ardiendo de la camisa de fuerza de un estatuto de autonomía que impide en cualquier circunstancia la disolución de la Junta del Principado, la cuestión central es si el todavía presidente de Asturias se empecina en su numantinismo, o dimite y se va a casa si es un demócrata y no pertenece al partido de "la España troglodítica", como llamó Azaña a los que despreciaban la democracia y creían que el Parlamento no servía para nada.

Porque, en efecto, llegados a este punto de la crisis, empeñarse en gobernar, jaleado por algunos alcaldes y simpatizantes, sin partido, sin Parlamento y sin instituciones, es saltarse el juego de la democracia y practicar el viejo despotismo. Y no precisamente el despotismo ilustrado, sino algo tan antidemocrático como el régimen oligárquico y caciquil montado sobre los favores y la utilización descarada de los fondos públicos para comprar voluntades particulares, por ejemplo de algunos de esos mismos simpatizantes y alcaldes.

Precisamente hace un siglo, hablando de los oligarcas y caciques que tenían secuestrada la democracia española, Unamuno los retrataba de forma definitiva como "los usureros de la política", los que "explotan la política, arte de la producción, distribución y consumo del Presupuesto".

Es lo que hace ahora Marqués, junto con un discurso vacío de ideas y de proyectos estratégicos para el Principado, pero cargado de demagogia "asturianista" frente a Madrid. Y todo ello adobado además con una sucesión ininterrumpida de homenajes como culto a su presidencia, de inauguraciones de primeras piedras como culto a su imagen y de campañas de publicidad en los medios como culto a su gestión.

El mismo Azaña, que conocía de memoria a la derecha "troglodítica", llamó a eso corrupción, y aclaró a continuación que "la corrupción no funciona sólo a través de los organismos del Estado, sino principalmente merced al feudalismo económico en que el Estado se apoya. El sistema de monopolios concedidos a empresas particulares. (...) El feudalismo económico lo acapara todo, empezando, claro es, por el medio de acción más poderoso: la publicidad".

Con esa publicidad, con los favores a empresas particulares y plebiscitado en espichas y romerías, este nuevo Pelayo que resucita el "covadonguismo" en tierra de infieles -infieles del conservadurismo ilustrado que vienen de Jovellanos e infieles de la izquierda liberal desde Clarín- está siendo empujado por su camarilla al montaje de un nuevo partido político nacionalista hecho a su medida, aunque a costa de nuestros sentimientos regionales, de nuestro dinero público y de nuestras instituciones.

Y sobre todo a costa de la derecha popular asturiana y de Álvarez Cascos. Los que van a pagar el pato de esta crisis política sin precedentes son ciertamente los padres de la criatura, y en particular Cascos, que primero se equivocó de medio a medio promocionando a este caballero autoritario en su partido, luego colocándolo en la presidencia del Principado y por último echando leña al fuego en las luchas cainitas entre caciques locales y municipales del PP asturiano contra el Gobierno autonómico, hasta ser finalmente el propio Cascos víctima política del efecto Marqués: la historia del aprendiz de brujo se repite en Asturias.

El Partido Popular y Álvarez Cascos se equivocaron porque los autócratas y los usureros de la política deberían ser piezas del museo político en la España democrática. Retratado antes como "bronquista" por la oposición, ahora todo el mundo recuerda los desplantes de Marqués al Parlamento asturiano, todo el mundo habla de sus ausencias en los debates del "estado de la región", todos cuentan que mientras la izquierda le reprobaba formalmente en la Junta del Principado, él tomaba café fuera del hemiciclo, citan el paralelismo con el corrupto Hormaechea -por no citar la confrontación entre Arzallus y Garaicoechea, o entre Guerra y De la Borbolla en Andalucía- e incluso se atreven a decir en público -como le dijo un diputado regional conservador-: "Amigo mío, perdiste una gran oportunidad en el régimen anterior".

Esta gravísima crisis política e institucional asturiana es una gran lección para la derecha si quiere ser de verdad popular, centrista y democrática. Hay demasiado pasado "azul" en sus filas, demasiado "amarillo" vaticano y demasiado "gris" cementado de hormigón. Pero como observó Ortega y Gasset a comienzos de siglo hablando en su célebre alegato Vieja y nueva política de la verdadera regeneración de la vida política española, "hay que tejer nuevas banderas", incorporar a nuevas generaciones a las tareas públicas y "licenciar definitivamente las palabras recibidas y los credos agónicos". Pues bien, como después de los desastres coloniales y de la fracasada "revolución desde arriba" conservadora, después del franquismo y de la transición, en muchos sitios, la derecha todavía necesita renovarse y tejer nuevas banderas llenas de colores democráticos.

Y en el Principado necesita pasar del reaccionario "covadonguismo" y de Pelayo al "Asturias, patria querida" de todos los demócratas. Necesita recordar a Jovellanos -como hace reiteradamente Álvarez Cascos, que como el gran ilustrado está volcado con su tierra-, pero además recuperar a sus mejores hombres contemporáneos, a aquellos liberales "institucionistas" como Adolfo Posada y a aquellos reformistas como José Manuel Pedregal o Melquiades Álvarez, que lucharon sin tregua contra la rancia oligarquía caciquil -los Armada o los Pidal- que combatían las libertades. Y, ante todo, necesita renovarse para realizar una nueva "reconquista" democrática de Asturias sin flechas ni pelayos.

Pero además, llegados a estas alturas de la crisis, todos los partidos del arco parlamentario harían bien en confirmar ante el país la histórica tradición liberal asturiana, y anteponiendo el interés democrático y regional al interés electoral y partidista, deberían ponerse por fin de acuerdo y formar un Gabinete de gestión, un Gobierno de concentración asturiano hasta las próximas elecciones autonómicas, evitando así que la derecha "troglodítica" realice sus proyectos a costa del dinero público y de las instituciones democráticas.

Germán Ojeda es profesor titular de Historia e Instituciones Económicas de la Universidad de Oviedo.

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