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Reportaje:

Inmigrantes de pantalón corto

Menores extranjeros que han llegado solos a Madrid viven en una casa refugio de los mercedarios en Ventas

En plena adolescencia, han atravesado continentes y pasado vicisitudes que otros chicos de su edad sólo conocen por las películas. Cada año son más los menores de edad que llegan solos a Madrid para buscarse la vida. La casa refugio que los frailes mercedarios regentan en Ventas es la estación de paso de algunos de estos chicos. Doce chavales de Europa del Este, Marruecos y el África negra viven ahora en este pequeño hogar donde se les ofrece un cobijo y un apoyo legal y afectivo mientras aprenden un oficio y regularizan su residencia.Ismail Zoubeirou, un camerunés de 18 años, pensaba que Europa era un continente donde un africano encontraba pronto trabajo sin que nadie le pidiese documentación alguna. Pronto descubrió que estaba equivocado, pero no se arrepiente del enorme salto que pegó hace dos años y medio, cuando sólo tenía 15.

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"África es muy dura, yo procedo de la etnia poular, que en mi país está marginada frente a la dominante de los baya. Vi que no tenía futuro y que ocurrían hechos violentos y decidí venir a Europa, no a España o a Alemania, sino a Europa", explica este muchacho.

Dicho y hecho. Como vivía en la costera ciudad de Duala, este estudiante de mecánica de automoción se metió de polizón en un barco griego con destino a Algeciras. "Salía a coger comida a la basura, pero un día que tenía hambre me metí en la cocina y me pillaron", asegura. "Me llegaron a poner un chaleco salvavidas para lanzarme al mar, pero les di pena y decidieron encerrarme dos días en una pequeña habitación. Después me llevaron con ellos y me trataron bien", añade.

La soledad del polizón

"Les ayudaba a limpiar el barco y, cuando desembarqué en Algeciras, el capitán me dio 600 francos", apostilla. La llegada a España no supuso el final de sus penalidades. En dos ocasiones le paró la policía en Algeciras y le envió a Ceuta. Y en ambos casos él regresó a Algeciras. Como se sentía muy solo, buscaba a otros compatriotas, pero no los encontró ni en Málaga ni en Murcia. "Me dijeron que en Madrid había organizaciones de apoyo a los extranjeros y me vine", añade.En la capital le esperaban varias noches casi en blanco en el metro de Atocha, rodeado de toxicómanos y alcohólicos sin hogar. "Pensé que me había equivocado y que debía marcharme a otro lugar, por ejemplo a Francia", matiza. Pero una nueva intervención policial cambió su rumbo.

El actual reglamento de extranjería obliga a las instituciones a tutelar a los menores inmigrantes que se encuentren solos en el país e impide a la policía expulsarlos. Por eso, cada vez que los agentes encuentran a uno, deben trasladarlo al centro de acogida de Hortaleza, de la Comunidad de Madrid. Allí llevaron a Ismail, y los educadores le propusieron vivir en esta casa que los mercedarios regentan con subvenciones del Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales, del Ayuntamiento y del Gobierno regional.

Dos años y medio después, este joven que llegó abatido y angustiado cree que la vida le trata bien. Aprendió corte y confección y tiene un contrato de seis meses en una empresa.

Ya no vive en la casa, sino en un piso de la orden religiosa en el que permanecerá unos meses hasta que se emancipe alquilando una vivienda con otros compañeros. Le ha dado tiempo a aprender un castellano cheli. "Tengo una piba madrileña", explica con familiaridad.

Pero tampoco han sido dos años de rositas. "La convivencia con otros 11 chicos en una casa es a veces difícil y también a menudo te resultan molestos los horarios ", apostilla. No olvida las penalidades pasadas. "Si emigras sin conocer a nadie, sufres mucho", reflexiona. Asegura que le gustaría residir siempre en Madrid. "Porque puedo buscarme mejor la vida que en mi país", justifica este aficionado a la prensa deportiva.

Hay muchas más historias como la de Ismail que tienen en común algo tan viejo como el mundo: las ganas de probar fortuna en otro país cuando las circunstancias del propio lo impiden. También una idealización, cuando no una imagen falsa, del continente europeo.

A los padres de Kobena, un ghanés de 17 años, les gustaría que su hijo regrese. Pero él quiere apurar las posibilidades que le pueda ofrecer este país que tanto le costó alcanzar. Con 15 años, atravesó Togo, Burkina Faso, Argelia y Marruecos para llegar a España. "Había acabado la secundaria en Accra y tenía que regresar a Oboise, donde viven mis padres, con peligrosos conflictos tribales. Así que me marché", explica.

Contactó con redes de inmigración ilegal y recurrió a taxistas que le estafaron. Una vez en Melilla, acudió a Cruz Roja, que le trajo a Madrid. Ahora estudia para cocinero. Con su aire rapero, dice que quiere vivir en España para buscar un buen trabajo "y por las españolas".

Alpha, un chaval de Guinea-Conakry de 17 años, pensaba que Europa era El Dorado. Así que, también con 15 años, se metió de polizón en un carguero con rumbo a Tenerife. Un viaje de una semana que él califica de "no muy duro" y en el que no fue descubierto. "En Conakry tenía un puesto de venta de relojes en el mercado, con el que vivía, pero quería mejorar y veía que a otros que habían emigrado les iba bien", explica.

Nada más llegar a Madrid, la policía le pidió la documentación y, al carecer de ella y decir que no había cumplido los 18, le llevó al centro de Hortaleza. "Yo eso de los menores no lo entiendo; en mi país, con diez años, puedes buscarte la vida", explica. Lleva un año en la casa de Ventas y estudia carpintería.

"Aquí, como en mi tierra, para salir adelante tienes que dar el cien por cien, y yo creía que iba a ser más fácil", asegura. "Hay que aguantar, un hombre tiene que luchar", repite una y otra vez. Aún no hace balance. "Estaré satisfecho o no según lo que consiga", asegura. Su familia se enteró de su partida cuando él ya vivía en otro continente. "Ahora me desean suerte". La misma que él y los otros han venido a buscar.

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