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El sexo y la presidencia

Las culturas cambian. En los tiempos en que cualquier periodista bien informado de Washington estaba al corriente de los encuentros sexuales de Kennedy en la Casa Blanca, se guardaba silencio con el fin de proteger al presidente. Algunos de ellos estaban a favor de Kennedy y otros en contra, pero todos acordaron tácitamente guardar silencio, porque, si se hubieran publicado artículos documentados, con nombres y fotografías, la consecuencia no habría sido el sonrojo de Kennedy, sino el final fulminante de su mandato presidencial. No se habría contratado a ningún abogado ni se habría llamado a ningún asesor político para que se pusiese manos a la obra, porque la única opción de Kennedy habría sido anunciar personalmente su dimisión, o bien escribir la correspondiente carta al secretario de Estado. La conducta personal de los norteamericanos de aquellos días era muy parecida a la de los de hoy, pero su cultura pública era muy diferente: no les permitía aceptar la presencia de un adúltero en serie en la Casa Blanca ni a un cínico infiel a la encantadora Jacqueline (aún no Onassis). Y si se les hubiera dicho que ella lo sabía y que prefería callarse para poder seguir disfrutando de los privilegios propios de la primera dama, se habrían declarado enormemente sorprendidos y habrían condenado duramente a Jacquie.Clinton se ha beneficiado de un cambio cultural que es, en sí, el resultado de una demografía social transformada. Los blancos, anglosajones y protestantes ya no controlan la escena pública, imponiendo sus normas puritanas a los políticos más importantes (siguen dominando el escalón más alto de la América empresarial, donde, curiosamente, la tolerancia a las relaciones sexuales es nula). La élite que actualmente impone sus reglas en la vida pública de Estados Unidos y que influye fuertemente en la opinión pública presenta ahora una mayor proporción de católicos y judíos, que son más indulgentes, así como de hispanos y de negros, que tienen tendencia a ser muy tolerantes con el adulterio (por lo menos con el masculino). Y sobre todo, a la mayoría de los miembros de la élite de cualquier religión ahora les gusta verse a sí mismos como personas cosmopolitas y sofisticadas, que no se escandalizan fácilmente y que no están sometidas a normas sexuales anticuadas.

La inmensa mayoría de los miembros del Congreso de Estados Unidos comparten esta nueva tolerancia, pero tienen un problema. Para su reelección, muchos dependen de fundamentalistas, una minoría en la mayoría de las circunscripciones, pero muy bien organizados y muy activos durante las elecciones. Son ellos los que obligan a la mayoría republicana a oponerse al aborto, y ellos son los que están en desacuerdo con la (cada vez menor) mayoría de norteamericanos que apoyan a Clinton a pesar de creer: 1) que tuvo un lío con Monica y 2) que mintió sobre el asunto.

Existe una salida para los líderes republicanos del Congreso que desean mantener en la Casa Blanca a un Clinton paralizado sin enfrentarse a sus partidarios más activos: los fundamentalistas creen en la redención por medio de la confesión pública y del "encuentro con Jesús". Por eso esperan que Clinton se disculpe en público y que rompa a llorar en el momento oportuno de su discurso. En cuanto a Jesús, puede que no se le incluya en el guión, pero es posible que se convenza a Clinton de la conveniencia de que haya en la tarima uno o dos predicadores baptistas. Eso podría avergonzar a la élite, pero para los republicanos sería mucho más fácil seguir estudiando los prolegómenos de una moción de censura hasta el último día de la presidencia de Clinton.

No obstante, los cambios culturales tienen sus límites. El sexo, las mentiras sobre el sexo e incluso el perjurio se dispensan bajo esta nueva tolerancia. Pero las viejas normas calvinistas que hacen de la ley algo sagrado siguen vigentes en lo relativo a la obstrucción de la justicia. ¿Pidió Clinton a Monica que mintiera bajo juramento? O, lo que es peor, ¿la indujo a que mintiera al mismo tiempo que le prometía que Vernot Jordan le conseguiría un buen trabajo? Si Starr es capaz de demostrarlo, Clinton no encontrará tolerancia en Estados Unidos.

Edward Luttwak es miembro directivo del Centro de Estudios Internacionales y Estratégicos de Washington.

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