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Un Montseny de escritores y otro de pintores

Arbúcies y Viladrau pueden parecer pueblos que van de la mano a todas partes, pero no es así. Son la referencia más natural de las gentes de Barcelona que frecuentan la cara norte del Montseny, pero cada uno anda por su lado sin mayores compañías; sólo en los rótulos de la periferia de Hostalric forman pareja: Arbúcies, tantos kilómetros; Viladrau, tantos otros. Puede que las cosas cambien con el eje transversal, que los ha puesto a un tiro de piedra el uno del otro, dicho sea sin ánimo de promover la violencia; pero, hasta la fecha, Arbúcies mira hacia las comarcas de Girona y Viladrau tiene más apego a la tierra de Osona. "En Barcelona nos citan al mismo tiempo con mucha frecuencia, pero somos bastante diferentes, aunque nos llevamos bien y no hay problemas", dice Jaume Soler, alcalde de Arbúcies. El de Viladrau, Eudald Formatgé, piensa lo mismo. Soler encabeza la Candidatura Unitària i Popular d"Arbúcies (CUPA), de raíz izquierdista; Formatgé es de CiU. Arbúcies es pueblo limpio, próspero y bien educado; Viladrau, también, además de ser un punto aristocrático, lo cual no es objeto de comentarios ni desavenencias. Arbúcies confía su economía a la industria antes que al turismo; Viladrau hace justamente lo contrario. Arbúcies, en fin, tuvo varios pintores inolvidables; Viladrau, en cambio, gozó más del favor de los escritores. "Yo vine de vacaciones a Arbúcies con mis padres por primera vez en 1946 o 1947 y, hasta que me pude hacer una casa, no pasó verano sin que lo visitara. Íbamos a la fonda y no gastábamos demasiado", recuerda un asesor de seguros de Barcelona. Este hombre ha vivido el ascenso, estancamiento y caída de las fondas, establecimientos familiares que acogieron a los primeros veraneantes fijos sin posibles para disponer de casa propia. Seis urbanizaciones de nuevo cuño y el envejecimiento de la clientela han acabado con las fondas Reus y Torras; la Ayats está a punto de echar el cerrojo. Todas nacieron entre 1910 y 1920. A Arbúcies acudió muchos veranos el pintor y escritor Santiago Rusiñol, que se hospedó en la fonda Torras, a la que dedicó el siguiente eslogan de su puño y letra. Fonda Torras: tracte franc i bona taula. Rusiñol descubrió el jardín boscoso de Can Badés, hoy parque Mongé, y pintó en él 28 cuadros, de los que el municipio no guarda ninguno. Para la posteridad ha quedado el itinerario que lleva el nombre del pintor, donde ocho reproducciones en blanco y negro de sus paisajes apenas dejan entrever el buen pulso de aquel artista polifacético. Emboscarse en la garganta de la riera de Arbúcies es experiencia que merece vivirse y que permite acercarse al espíritu de Rusiñol. -¿Dónde están los originales? -En colecciones particulares. -Vaya. El alcalde Soler no deja de lamentar esta circunstancia: "Aquí Rusiñol pintó mucho, incluso se dice que algún cuadro localizado en Aranjuez es de aquí, y Ramon Casas, también. Los dos pintores eran muy amigos y se recorrieron la comarca en bicicleta". Soler mantiene viva la tradición y hace los honores al visitante provisto de una bicicleta, con la que regresa al Ayuntamiento cuando acaba su función de cicerone. Otros ilustres nombres del pasado tuvieron su querencia por Arbúcies: el más conocido es Víctor Balaguer. El escritor dedicó el libro Al pie de la encina a Conchita Blanch de Font, su mentora y amiga, en cuya casa pasó temporadas. Doña Conchita debió de ser persona extraordinaria porque Balaguer la describió sin andarse por las ramas: "Por lo que toca a Conchita Blanch, es una gentil y elegante dama, que así cautiva por su belleza, discreción y trato, como seduce y atrae cuando, amazona en su hermoso caballo blanco, se la ve cruzar por los valles o trepar por las montañas". De aquellas casas de gran porte, la mayor de todas ellas es la conocida como Roquer, en el centro del pueblo, que abre sus jardines al público dos veces al año para que el común pueda admirar su afamado jardín de plantas exóticas. Esta casona enorme fue incautada durante la guerra civil por el Comité de Milicias Antifascistas y albergó a un grupo de niños de la guerra, la mayoría de Madrid, que mantienen vivo recuerdo de su experiencia gracias a la actividad de Pedro González, que no ha dejado de relacionarse con Arbúcies. Con todo, el Roquer es lugar hermético, justamente lo contrario que las posesiones de los Mongé, al cuidado personal de Neus, y de su marido, Luis Lacomba. Junto al parque público administran, con esfuerzo y voluntad, un conjunto formado por tres casas de muy buen ver, un jardín, su estanque y una piscina. Neus y Luis son expertos en silencio y en vida refinada, y esperan que algún día sus esfuerzos se conviertan en negocio, si puede ser en colaboración con el hotel Parc, próximo a su casa. "Aquí se sentiría a gusto un escritor", dice Neus. La tradición tomó otros derroteros hace tiempo: los escritores prefirieron Viladrau. Sucedió a principios de siglo, casi al mismo tiempo en que un tal doctor Carulla, de Barcelona, recetó los aires del Montseny a varios de sus pacientes aquejados de tuberculosis, los cuales se instalaron en Viladrau. Así se forjó el tópico intelectual y aristocrático, que ha llegado hasta nuestros días: en el pueblo no hay urbanizaciones, abundan las casas de buen porte y las familias pasan la propiedad de generación en generación. Aún así, perviven los hostales que tanta fama tuvieron y aún conservan: el Bofill, el Arxer y el de la Glòria, cuyo nombre fue incorporado al teatro por Josep Maria de Sagarra. Pero el establecimiento elegido por Sagarra para sus estancias en Viladrau fue Ca la Rita, ya desaparecido, donde tuvo una habitación cuyas paredes llenó de versos eróticos, que "hoy serían padrenuestros", según el alcalde, y una gran atracción turística. Pero doña Rita tuvo un día un pronto puritano y blanqueó las paredes, con lo cual se perdieron los poemas y sólo quedó su recuerdo, unido al del grupo escogidísimo de escritores que, con más o menos frecuencia, pasaron por Viladrau: Josep Carner, Felip Graugés, Carles Riba, Marià Manent, Salvador Espriu y Jaume Bofill i Mates (Guerau de Liost). De este último, promotor del grupo que se reunía en la masía Rusquelles, dejó Sagarra en sus Memòries un retrato preciso: "Era Bofill i Mates tant del seu Montseny familiar, que en el domicili barceloní es movia com una barreja de vicari rural, de silvestre follet faceciós i de jaio rebaixat amb una fulla de menta al llavi i una bareta de faig als dits".

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