Grandes esperanzas
El paro sigue siendo el problema económico más importante del país, aunque durante el último año la rebaja sistemática de la tasa de desempleo en España haya enmascarado oficialmente la crudeza con que sigue afectando a la sociedad. Los fundamentos del optimismo sobre el empleo están en las excelentes cifras de los últimos dos años. Entre el segundo trimestre de 1996 y el segundo de 1998, la tasa de desempleo ha caído más de tres puntos (hasta el 18,9%), el número de parados ha disminuido en 465.820 personas, los de larga duración han bajado en más de 100.000, la ocupación ha crecido en 818.500 puestos de trabajo y los cotizantes a la Seguridad Social se aproximan a los 14 millones. Los datos de la Encuesta de Población Activa (EPA) correspondientes al segundo trimestre de este año subrayan aún más la tendencia optimista del mercado de trabajo. El paro descendió en 102.000 personas y se ha registrado una creación anual de más de 454.000 puestos de trabajo.Las noticias más esperanzadoras, no obstante, son que la tasa de crecimiento anual del empleo, superior al 3,5%, se aproxima a la tasa de crecimiento económico, y que la tasa de temporalidad de los contratos está descendiendo progresivamente, gracias sobre todo a la última reforma del mercado de trabajo. No hay, sin embargo, que olvidar que las cifras de paro están enmascaradas por la disminución de los jóvenes que acceden al mercado de trabajo, aproximadamente la mitad de los que se incorporaban en 1996. En suma, la evolución del empleo parece responder punto por punto a los progresos de los indicadores de producción y beneficios de las empresas.
El Gobierno ha reaccionado ante este espléndido paisaje laboral con una exaltación complaciente de sus políticas económicas, aunque, como en ocasiones anteriores, no ha precisado cuáles. Es más razonable atribuir esta euforia difusa de la sociedad a la bonanza económica y a la confianza política de los empresarios en el Gobierno. Con lo cual, la cuestión pertinente es averiguar si, en el momento en que la tasa de crecimiento se reduzca, las empresas comenzarán a destruir empleo, como ha sucedido en otros cambios de ciclo, y si, por tanto, la economía española está condenada a progresar y retroceder cíclicamente, sin obtener avances sustanciales y permanentes.
Precisamente es la complacencia general del equipo económico ante la tendencia a la baja del paro el obstáculo más importante para suscitar un auténtico debate sobre el empleo en España. Aunque sea rigurosamente cierto que los mayores volúmenes de creación de empleo se consiguen cuando el crecimiento económico es elevado, resulta indispensable ya, y probablemente urgente, plantear un debate abierto sobre las reformas y cambios de dirección que requiere el mercado de trabajo para estabilizar el desempleo en tasas próximas a la media europea, y especialmente cuando estamos entrando en la moneda única europea.
La semana laboral de 35 horas no es el único territorio por explorar. Las empresas y los sindicatos deben ofrecer una respuesta a la proliferación de las horas extraordinarias; la inversión en formación profesional debe extenderse para evitar la marginación profesional de los trabajadores sin empleo; hay una obsolescencia tecnológica en las empresas y una resistencia al cambio organizativo que también influye en el empleo; debe considerarse una revisión de las cargas sociales; hay que analizar a fondo qué papel está desempeñando sobre el empleo el coste de las indemnizaciones por despido, y saber si el actual sistema de negociación colectiva es el más conveniente para generar puestos de trabajo.
Lo más relevante es que no se hurten los términos del debate y que ninguna posibilidad se excluya porque sí, o por consideraciones ideológicas. Ésta es una tarea para la sociedad en la que, por cierto, el Gobierno no tiene por qué desempeñar el papel de protagonista.
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