_
_
_
_
Reportaje:

Último aviso: Progresistas de América Latina, uníos

Un grupo de políticos de centro y de izquierda prepara con discreción una alternativa al neoliberalismo en el continente

Javier Moreno

La historia de las ideas políticas quizá no lo registre nunca, pero todo empezó un día de abril de 1995 en Cambridge, Estados Unidos. El anfitrión, Roberto Mangabeira Unger, un brasileño de 50 años que enseña en Harvard, y su invitado, el profesor mexicano Jorge G.Castañeda, pasearon por el jardín de la casa (hacía sol), discutieron apasionadamente en el interior, bebieron vino tinto (del bueno) y llegaron a una conclusión: desde los años posteriores a la II Segunda Guerra Mundial, cuando la izquierda latinoamericana sí tenía un programa (que luego acabó en desastre, según sus críticos), el continente ha carecido de una alternativa progresista viable. Mal asunto, pensaron.Meses después, un teléfono sonó en el despacho de Graciela Fernández Meijide en Buenos Aires. Fernández Meijide es una argentina de 66 años que arrasó en las legislativas del año pasado al frente de una coalición progresista y cuyo triunfo la ha convertido en uno de los precandidatos de la izquierda para derrotar al peronismo conservador. El plan -descargar a la izquierda de viejos dogmas y dotarla de nuevas herramientas contra el neoliberalismo- le interesó desde el primer momento. "Yo ya conocía a Jorge [Castañeda], y me pareció una buena idea".

Como ella, más de una treintena de dirigentes políticos de izquierda y de centro de todo el continente ya había recibido llamadas similares. Entre ellos, Cuauhtémoc Cárdenas, que el año pasado arrebató la alcaldía de la Ciudad de México al Partido Revolucionario Institucional (PRI); Ricardo Lagos, ministro socialista chileno hasta el viernes pasado, y que también aspira a ganar las próximas presidenciales de su país; o Luis Inacio Lula da Silva, el líder de la izquierda brasileña, hoy mismo en campaña electoral para desplazar del primer cargo del país a Fernando Henrique Cardoso. Otros fueron el salvadoreño Facundo Guardado, el gobernador mexicano Vicente Fox, los argentinos Rodolfo Terragno y Carlos Chacho Álvarez, o el ex presidente brasileño Itamar Franco.

La piedra de toque

Desde aquel fin de semana en Cambridge, Castañeda y Mangabeira han reunido de forma discreta a la mayoría de ellos en México (dos veces), Chile, Costa Rica y Argentina: nunca se ha invitado a periodistas ni se han emitido comunicados de prensa.Pero el objetivo, creen ambos, se está cumpliendo: sacar a la izquierda del bosque de los años sesenta y setenta (donde todos los caminos conducían a la inflación y a indeseables proteccionismos), sin caer en la trampa de una tercera vía, tipo Tony Blair (cuya trasposición al Amazonas parece ser Cardoso, de quien cuestionan casi toda su política). Además, en los próximos dos años dispondrán de una piedra de toque adecuada: hay convocadas elecciones en Argentina, El Salvador, Chile, Brasil y México.

Pero eso es ahora: hace dos años y medio todo resultaba mucho más confuso. Poco después de recibir aquella primera llamada, Graciela Fernández Meijide se encontraba en un automóvil rumbo a Ezeiza, el aeropuerto de Buenos Aires, desde donde tomaría un avión a México para asistir a su primera reunión. La miseria que se puede adivinar desde la carretera a Ezeiza (Fernández Meijide sostiene que en el interior del país es peor) ofrece un claro panorama del programa económico del presidente argentino, Carlos Menem, y por extensión, del paradigma aplicado en el continente en la última década: crecimiento económico con aumento de las desigualdades.

El número de hogares argentinos por debajo de la línea de pobreza, por ejemplo, pasó del 13% en 1993 a casi el 20% tres años después. Mientras tanto, el Gobierno conservador se dedicaba a recortar alegremente los impuestos: ese mismo año de 1993 recaudó el 20% de la economía nacional. Tres años después, ya sólo ingresaba el 16%.

Conocer lo que pasa fuera, es entender lo que pasará dentro, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Las cifras varían en el resto del continente (un tercio de cuya población vive en la pobreza), pero el esquema es el mismo: "Las élites latinoamericanas no quieren pagar impuestos", dice Castañeda. "Y sin eso, cualquier otra reforma es cosmética".

Castañeda se refiere a todo el continente, pero su país es un buen ejemplo. En México no existe impuesto alguno al patrimonio ni a la herencia, y cualquier intento de introducirlo se toparía con la hostilidad de las grandes fortunas, "que lo verían como un ataque al feudo familiar", según una alta fuente del Gobierno mexicano. Ni se intenta, pues.

Así que, desde el principio de las reuniones, recuerdan varios de los participantes, hubo una cosa clara: sin querer "regresar a las finanzas públicas inflacionarias de otras épocas", es necesario que los Estados recauden al menos el 30% de la economía nacional (PIB) en impuestos. Por debajo de ese límite, aseguran, ningún país ha logrado una estabilidad social que valga la pena.

"Se necesita un Estado fuerte, enriquecido mediante una reforma fiscal", explica por teléfono Roberto Mangabeira desde São Paulo. Son las ocho y media de la mañana en São Paulo y Mangabeira se dispone a zambullirse en la campaña electoral de Ciro Gomes (un antiguo aliado de Cardoso, a quien ahora combate), lo que prueba que la acción política directa no le asusta: "La academia es peor", dice. Mangabeira se ríe cuando se le recuerda que todo eso de los impuestos suena bastante heterodoxo a oídos, digamos, del Banco Mundial o del Fondo Monetario Internacional (FMI).

"La ortodoxia no funciona", ironiza. "A los que se portan bien, México, digamos, o Rusia, les va mal. La obediencia cuesta caro. La rebelión da resultado".

Pero tras este acuerdo inicial, surgieron las primeras discrepancias. Y fuertes. ¿Cómo y con qué impuestos recaudar lo que hace falta recaudar? Rompiendo con un viejo dogma de la izquierda tradicional, el cónclave apostó por los impuestos indirectos (por ejemplo al consumo, como el IVA) más que por los directos (renta), a pesar de que se considera que estos últimos son más progresistas.

Fue la primera ruptura con la ortodoxia clásica de izquierda, un camino por el que tanto Mangabeira como Castañeda querían avanzar. Otros foros de la izquierda continental se habían limitado a dejar las cosas igual de confusas que las recogieron. Esta vez tenía que ser diferente

Hubo discusión. "Mucha", reconoce Castañeda. "No lo ven con mucho agrado todos". Pero tanto él como Mangabeira defienden la decisión: "Es muy difícil aumentar la recaudación sólo con la renta, y de todas maneras, lo que importa no es hacer un homenaje a los principios, sino recaudar. La redistribución se hace luego del lado del gasto". Poco a poco, el consenso se impuso.

Otros siguieron: aceptar las privatizaciones ("de todas formas, tampoco queda ya tanto por privatizar", reconoce Castañeda); el libre mercado (pero "democratizado"), y reformar el presidencialismo.

Discutir y discurrir

"En cualquier caso", reconoce Mangabeira, "para la izquierda tradicional es muy difícil adentrarse por ese camino". Las discusiones fueron vivas, los alborotos, espontáneos: "A veces hay que hacernos callar", admite uno de los participantes. Otros, sin embargo, como Graciela Fernández Meijide, afirman que las sesiones transcurren de forma más tranquila. "No se discute mucho", recuerda. "Se discurre".Calmadas o no, aún quedaba algún sapo más que desayunarse: EEUU. Otro de los integrantes de este círculo, Adolfo Aguilar Zínser, un senador mexicano independiente, heterodoxo por naturaleza y con una fina percepción política (su libro sobre la derrota de Cárdenas en las presidenciales de 1994 es una aguda radiografía de casi todos los males de la izquierda mexicana) planteó al grupo la necesidad de acercarse a Washington. "Me pareció muy importante", recuerda ahora Aguilar Zínser, "vincular todo este esfuerzo a la reflexión de los demócratas de EEUU". El senador mexicano considera que, para realizar una transformación profunda de América Latina, resulta imprescindible "el entendimiento estratégico con un sector estadounidense".

Los contactos de Aguilar en Washington, fundamentalmente, se han canalizado a través de David Boniard, brazo derecho del líder de la minoría demócrata en la Cámara de Representantes, Richard Gephardt, ambos en el ala izquierda del Partido Demócrata de Bill Clinton. De nuevo, el sanedrín de la izquierda latinoamericana contempló el tema con aprensión. "Tienen la impresión de que esta necesidad de entendimiento con EEUU concierne más a México que a ellos".

Así, entre la necesidad apremiante y el estímulo de unos pocos, la izquierda latinoamericana se acerca al cambio de siglo con algo que se parece mucho a un programa renovado, sin por ello convertirse en una especie de neoliberalismo con rostro humano. "No queremos ser los humanizadores del programa de los otros", precisa Mangabeira. "Se trata de algo mucho más ambicioso". La apuesta está sobre la mesa.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_