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De la duda cabal a la sospecha descaminada

Anecdotario de casos reales registrados en los laboratorios españoles que practican pruebas de paternidad

Javier Sampedro

Cuando algo puede hacerse, acaba haciéndose, suelen decir los fatalistas. Desde finales de los ochenta, y gracias a la tecnología del ADN, la verificación inequívoca de cualquier relación de paternidad puede hacerse, y por tanto ha acabado haciéndose: en muchos casos por duda cabal, pero también en muchos otros por sospecha descaminada, cicatería marital o pura y simple extravagancia. He aquí algunos trances que perduran en la memoria de los expertos.Una mujer embarazada quería hacer la prueba al feto para saber quién era el padre, pero sólo disponía de la muestra de sangre de uno de los candidatos. La doctora le explicó:

-No importa. Si la muestra da positiva, ése es el padre. Y si da negativa, el padre es el otro.

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-¿El otro? ¿Cuál de los otros? -respondió la embarazada. La doctora tuvo que reconocer el error de su estrategia.

A pesar de este fallo, las pruebas realizadas en fetos son bastante comunes. En realidad, la muestra no se toma del propio embrión, sino de las vellosidades coriónicas que lo rodean, que tienen su misma composición genética. Estos análisis han sido solicitados por mujeres violadas que querían sopesar su decisión de interrumpir el embarazo si el hijo no era de su pareja.

La ocurrencia más insólita la protagonizó otra usuaria en un laboratorio de Madrid. Esta mujer quedó embarazada sin saber de quién, y decidió abortar. Pero, después de haber interrumpido su embarazo, solicitó muestras de los candidatos y del feto abortado para aclarar de quién era. La técnica no conoce fronteras. La curiosidad, tampoco.

Como se ve, no hay un límite inferior de edad (ni siquiera es preciso haber nacido) para someterse a una prueba de ADN. Y tampoco parece haber un límite superior. Un ibicenco en la cincuentena solicitó el ensayo genético el año pasado... para saber si era hijo de su madre. El resultado fue contundente: la mujer era en efecto la madre con un 99,999% de fiabilidad. Pero esto no le bastó al ibicenco:

-Por más decimales que me dé usted, esa mujer no es mi madre.

-Pero si la certeza es virtualmente absoluta.

-Eso será porque se han deteriorado las muestras.

El ibicenco volvió a llamar al laboratorio hace unas semanas para decirles que su madre acababa de morir. Y que seguía sin creerse que lo fuera.

De hecho, la incredulidad ante los resultados -en particular, si han sido negativos- es bastante frecuente. Un hombre que había acudido con su hijo a hacerse las pruebas comentó, al conocer que no era el verdadero padre:

-Pero debe tratarse de un error. ¡Si mi mujer me ha asegurado que el niño es mío!

No todo son disgustos, sin embargo. Cuando un analista, con la habitual cara de circunstancias, le comunicó a un presunto padre que sus pruebas habían dado negativas, observó con estupor que el hombre manifestaba serias dificultades para reprimir los saltos de alegría. El falso padre era soltero y atravesaba dificultades de liquidez.

Pilar Madero y Ana María Palacios, directoras del laboratorio Citogen, han visto ya tantos casos de padres en busca del origen de sus hijos que muchas veces adivinan el resultado con sólo mirar a una mujer. "Las que llegan seguras sobre quién es el padre de sus hijos se sientan aquí como diciendo: "Hacedme todo lo que queráis, se va a enterar éste". Y las que llegan nerviosas tardan más segundos en hacer todo lo que se les pide. Hasta para mostrarnos el carné tardan más. No suelen mirarte a los ojos, les das un documento para firmar y preguntan que para qué es eso".

En una ocasión, Pilar y Ana María tuvieron que enseñarle a una pareja el frío documento donde se decía:

"El estudio de los diversos marcadores genéticos moleculares utilizados ha demostrado la existencia de cuatro exclusiones de primer orden, según la primera ley de Landsteiner en los sistemas (...), lo que ha permitido excluir a don Fulano Pérez como padre de Mengano". El marido fijó la mirada en las científicas y preguntó:

-¿Qué quiere decir, que no soy el padre?

Bastó un leve movimiento de cabeza por parte de las doctoras. Entonces se volvió a su esposa y le soltó la frase que tantas veces han oído las directoras del centro: "¿Cómo pudiste engañarme de esa manera?".

La niña tenía siete años, justo los años que llevaban casados, cuando no había en principio más que sueños y viajes compartidos. Él comenzó a insultarla y ella también recurrió a las frases que suelen utilizar en esos despachos las mujeres descubiertas:

-Bueno, bueno, vámonos de aquí, que éste no es sitio para arreglar las cosas.

Bien distinta a esa mujer se comportaba una anciana que se plantó segura en la silla, al lado de su marido y junto a sus siete hijos mayores. Al señor, al cabo de los años, se le había ocurrido dudar de lo que ninguno de sus hijos dudaba. Las ocho pruebas costaron unas 500.000 pesetas y ratificaron la paternidad. Y la señora dijo a Pilar Madero:

-Le tenían que haber cobrado el triple. Por imbécil. Con el dinero que se ha gastado podíamos habernos pegado un viaje precioso por el extranjero.

En otra ocasión llegó un matrimonio en trámites de separación. Él nervioso y ella tranquila. Él quería saber si ella mentía o sólo pretendía hacerle daño. Ella decía que el niño de siete años no era suyo, que era de otro. Lo decía muy tranquila. Y tenía razón.

El equipo del laboratorio Datagene recuerda muy bien el caso de un matrimonio con un hijo de diez años. El hijo nació justo después de que se operara el padre legal de vasectomía. Acudieron al urólogo que le practicó la operación. Y el urólogo sentenció: "Es imposible que usted haya dejado embarazada a su mujer". Durante diez años, el padre legal confió en la madre, pero la duda no se iba. Y entonces se enteraron de que se practicaban pruebas de paternidad sin necesidad de iniciar trámites judiciales. Y acudieron agarrados de la mano a Datagene. La prueba resultó positiva: él era el padre.

Otra pareja acudió con una certeza y una duda. La certeza era que en una noche de hace 15 años la esposa le fue infiel al marido. La duda consistía en saber si de aquella noche nació la única hija que habían tenido. Y era la madre quien quería despejarla. Había una noche contra más de 6.000 días que pasaron juntos. Y ganó la noche.

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