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El traje nuevo de Jordi Pujol

Félix de Azúa

Ni los más cerriles adversarios de Jordi Pujol, entre los que para mi desdicha sin duda me encuentro, habrán podido reprimir un sollozo de dolor al verle de colega con Beiras y Arzalluz. Y es que incluso sus críticos más impenitentes estamos persuadidos de que nuestro caudillo nacional está hecho de otra madera. Como en el conocido chiste de catalanes, no nos cabe la menor duda de que "el nuestro es mejor". ¿De verdad se puede comparar nuestro Jordi, un político de tomo y lomo, demócrata intachable, hábil negociador, con el carlista de Bilbao o la luminaria galaica? Esto es una barbaridad. O lo era hasta la semana pasada.Les vi y les escuché. Arzalluz andaba amostazado porque le habían cerrado su Egin, así que se permitió darnos unos consejos con ese desparpajo de ideólogo de campanario perfectamente irresponsable que le caracteriza. Dijo: "¿Y por qué vosotros, los catalanes, tenéis que ser gobernados desde Madrid? ¿No podéis gobernaros mejor vosotros mismos, como los holandeses?". Todos los taxistas abundaron. Fue algo fantástico. Podría haber soltado la misma soflama en Cartagena: ¿acaso los cartageneros no pueden gobernarse a sí mismos como los de Luxemburgo? O en Zahara de los Atunes, que son muy suyos. Ese paranoico que está lanzando a su país al suicidio querría vernos arder a todos en la misma hoguera.

Días atrás aseguraba: "Maragall dice que no se toma en serio el nacionalismo. ¡Pues no sirve para la política! Porque el nacionalismo es lo más actual que hay en Europa". Debía de referirse a Kosovo, Bosnia, Chechenia, Irlanda, y cosas semejantes, porque, si no, nadie sabe de qué novedades ha tenido noticia. ¿Qué hace nuestro presidente abrazado a semejante demagogo? ¿Será cierto que la vía vasca, el viril encontronazo entre dos astados, se va abriendo camino en los círculos de Convergencia? ¿Quién está aconsejando a mi presidente?

De la luminaria galaica sólo retuve la insistencia con la que afirmaba que la gente no es idiota. Lo gritaba con el gesto airado, como tratando de convencerse a sí mismo: "¡La gente non es idiota!", decía una y otra vez, quizá entusiasmado porque en su tierra la gente da la mayoría absoluta a Fraga y sus mil gaiteiros. ¿Con este orate va a formar su troica nacionalista mi Pujol? Era como ver a Molière del brazo de Los Morancos. ¡Qué dolor, Dios mío!

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Al término de la reunión se saludaron muy ufanos, sobre todo los otros, y el portavoz catalán, que tiene una elegante pinta tunecina, afirmó que pronto se abrirán a otros partidos nacionalistas. ¡Dios nos proteja! ¿Herri Batasuna con mi Jordi? No veo yo otra alternativa. Desde luego, los de Esquerra Republicana, que son gente seria, jamás entrarían en semejante partida de somatenes. ¿Quién, entonces? ¿Un nacionalista español tipo Jaime de Campmany? Sería el perfecto espejo donde mirarse la confederación.

Hay muchos catalanistas y vasquistas y galleguistas y españolistas que todavía no distinguen entre el nacionalismo y lo otro. Pero el nacionalismo, perdonen la insistencia, es una ideología populista cuya finalidad es modificar fronteras y formar una sociedad homogénea. Algo perfectamente legítimo pero que debe plantearse con claridad, ya que supone la subordinación del individuo a los derechos trascendentes de la tierra, es decir, del funcionariado.

A diferencia del catalanismo o el españolismo, el nacionalismo (catalán, vasco o español) se propone controlar la totalidad de la vida del súbdito desde que nace hasta que muere. Valga un detalle: cierto amigo mío ha sido padre, y cuál no sería su sorpresa al recibir un fax de la Generalitat firmado por el presidente en persona, en el cual le felicita, le inflige un par de consejos paternalistas y acaba con un requerimiento insólito: "Le ruego que suscite (en el niño) un espíritu de responsabilidad cívica y solidaridad ciudadana y que le despierte (desvetlleu) el afecto y la estima hacia esta Cataluña que le ha visto nacer". ¿Ignora mi presidente que al niño, por fortuna, lo ha visto nacer un médico y no "Cataluña"? ¿No comprende que hace mal en meter las narices en el domicilio de los contribuyentes desde la mismísima cuna, aunque sea con la mejor de las intenciones? ¿No se da cuenta de que el suyo es el típico comportamiento eclesiástico que trata al mundo entero como si fuera menor de edad?

Yo no sé si la Generalitat envía faxes a todos los recién nacidos, o sólo a los hijos de charnego (mi amigo es charnego); ni siquiera sé a cuenta de qué se pagan estos faxes, pero sé que, si Aznar hiciera algo parecido, se armaría un Cristo. Pero no lo hace, y por eso se entienden tan bien: porque Aznar no es nacionalista y Pujol sí lo es. Para Aznar, la Telefónica es infinitamente más importante que España, de manera que, mientras sigamos pagando esas facturas de juzgado de guardia, nos dejará en paz. Yo veía con suma satisfacción la pareja formada por Aznar y Pujol, típico dúo de conservadores españoles repartiéndose el pastel: para mí Telefónica, para ti Cataluña; para mí el Santander, para ti las Caixas. Muy conveniente. Yo estaba feliz. Pero ahora, cuando he visto a mi presidente haciéndose fotos junto a un grupo de cráneos rapados, con sus aros en las orejas, sus anillos con calaveras y sus tatuajes de "¡Madre patria, te amo!", me ha sobrecogido un escalofrío. ¡Presidente, por lo que más quiera, no se nos haga punki!

Félix de Azúa es escritor.

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Sobre la firma

Félix de Azúa
Nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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