Se veía cemento
Empezó la corrida y en el graderío se veían amplias franjas de cemento; qué tristeza. ¿Merece la pena vivir para eso?El cemento no se crea que sirve únicamente para la construcción. Para la tauromaquia es crucial, principalmente en Valencia. Muchos de los que aquí están en la pomada, taurinos de diversa laya, pelotilleros a manta, tienen hecho del cemento símbolo y lo consideran objetivo principal de la fiesta. Por causa del cemento echaron de Valencia a una empresa solvente y dieron la bienvenida a la que está acabando de convertir el histórico coso en una plaza de pueblo.
Reprocharon a la empresa expulsada que ganara el concurso de adjudicación de la plaza porque ofreció demasiados espectáculos, la vapulearon cada vez que anunciaba los carteles, la culparon de los fracasos artísticos, no la reconocieron nunca el mérito de que cumpliera los compromisos, y para demostrar su incompetencia señalaban la cantidad de cemento vacío que se veía en los tendidos bastantes tardes de corrida, lo cual -comentaban los meritados- produce enorme tristeza.
Tabernero / Manzanares, Ponce, Rivera
Tres toros (resto rechazados en el reconocimiento), de Juan Mari Pérez Tabernero, impresentables anovillados: 2º, descastado y 3º dócil, ambos inválidos; 4º encastado. 1º de María Lourdes Martín, impresentable e inválido total. De Charro de Llen: 5º sin trapío, flojo y manso, 6º impresentable tipo eralote, devuelto por este motivo. Sobrero de Gavira, chico, hechuras de novillo, con casta. José Mari Manzanares: bajonazo infamante perdiendo la muleta y rueda de peones (pitos); pinchazo perdiendo la muleta, dos pinchazos pescueceros, otro hondo delantero bajo, rueda insistente de peones y descabello (silencio). Enrique Ponce: pinchazo, estocada desprendida -aviso- y descabello (algunas palmas); pinchazo hondo y ruedas insistentes de peones (silencio). Rivera Ordóñez: pìnchazo, rueda de peones y estocada desprendida (silencio); estocada corta atravesada (silencio). Plaza de Valencia, 23 de julio. 5ª corrida de feria. Tres cuartos de entrada.
Llegó la nueva empresa, con ella el apoderado de Enrique Ponce que es la estrella local y se mueve superior en las altas esferas, ofreció menos corridas, prometió empobrecer la Feria de Julio, se cargaron entre todos la de la Comunidad Valenciana, todo ello en aras de la supuesta calidad del espectáculo y de que no se volviera a ver cemento nunca más. Y ocurrió...
...Ocurrió que aún se ve más cemento que antes. Menos de media entrada han tenido las cuatro primeras tardes de la feria de Julio, en la quinta se cubrió apenas tres cuartos del graderío y quedó vacío, triste y solo socarrándose al sol valenciano, un cuarto largo de cemento.
Y eso que la combinación de toreros era el no va más: el influyente y nunca suficientemente ponderado Enrique Ponce; Rivera Ordóñez, ídolo de multitudes y capricho de la jet; José Mari Manzanares en tarde de reaparición.
Tres cuartos de entrada al empezar. Pero al acabar el panorama había adquirido peor cariz pues nadie triunfó, nadie pudo, ni siquiera, salir a saludar después de las faenas. No hubo ni emoción ni lidia; no se produjo suerte que ´se identificara con el toreo bueno, no quedaba en el recuerdo detalle alguno dígno de mención. Nada más que el aburrimiento como referencia durante las insoportables dos horas y media que duró aquello. La permanente sensación de estafa porque abrían los chiqueros y no saltaban toros a la arena sino novillos -que esa pinta lucían-, flojuchos, docilones, adormilados, fofos y amorfos.
Los de Ponce estaban descastados, el que hizo quinto terminó aculándose en tablas y allí intentó Ponce seguir pegándole los derechazos con que lo había estado mortificando hasta entonces. Y pues el toro rechazaba los derechazos no hubo faena. Ningún recurso artístico, ninguna técnica lidiadora en quien han encumbrado a mandón del toreo. Derechazos le dio al segundo, se echó la muleta a la izquierda y como flameó al aire renunció a utilizarla. Y volvió a los derechazos.
Derechazos dio Rivera Ordóñez al tercero, todos malos, y par de tandas de naturales que instrumentó inseguro y destemplado, le salieron peor, por lo que volvió a los derechazos.
A Manzanares le debió producir repugnancia el primero y se lo quitó de encima mediante un crispado trasteo de aliño que coronó con un sartenenazo.
Hubo dos toros de casta y se notó la diferencia. Al que hacía cuarto Manzanares pudo sacarle algún derechazo suelto de buen corte, entre múltiples vacilaciones y respingos hasta acabar perdiendo los papeles. Al que hacía sexto - sobrero, chico y anovillado-, Rivera Ordóñez le tiró la larga cambiada con gran alboroto del público, que le gritó ¡Torero! e incluso le piropeó ¡Guapo! por semejante proeza. Y ahí se le acabaron las alegrías porque minutos después llegó el último tercio y la faena de muleta, torpona y deslucida, reveló que el aclamado artista no se atrevía con el novillo, que no podía dominarlo y su casta le desbordaba. Si saliera el toro verdadero muchos se iban a enterar.
Acabó y la gente miraba con envidia el enorme pedazo de cemento vacío. Los que no se sentaron allí, no saben la suerte que tuvieron y los duros que se ahorraron.
Babelia
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