Todos olivistas
El canto de un duro, de los de ahora, faltó para que Emilio Oliva saliera por la puerta grande de Las Ventas, también llamada puerta de Madrid y, en lo que a la liturgia taurina se refiere, la puerta de la gloria. De repente, todos se habían hecho olivistas. Y las cuentas estaban claras: había cortado una oreja en su primer toro, si le daban otra eran dos (1+1=2, sumaban con los dedos los aficionados de vocación contable) y dos orejas (dos) dan franquía a la puerta grande, puerta de Madrid o pórtico de la gloria. Y de ahí en adelante: un cochazo con freno y marcha atrás, una cuenta corriente de aquí te espero, fincas de regadío, un cortijo en Linares.Estaba Emilio Oliva que no cabía en sí de gozo, subido a una nube, seguramente saboreando el éxito obtenido e imaginando a dónde habría podido llegar si mata al cuarto a la primera y le dan la segunda. Porque el público pidió esa segunda oreja. En franca minoría pero a grito pelado, según es moda. Hubo asimismo minoría en la petición de la primera, aunque el griterío fue mucho mayor y debió de asustar al presidente, que sacó el pañuelo orejero en el momento en que las mulillas iniciaban el arrastre.
Moreno / Oliva, Chamaco, Gastañeta
Toros de Alonso Moreno, con trapío pero muy desiguales, flojos bravucones, manejables, en general.Emilio Oliva: estocada saliendo volteado (oreja con protestas); pinchazo y estocada corta perdiendo la muleta (escasa petición y vuelta con algunas protestas). Chamaco: pinchazo hondo atravesado muy trasero caído, rueda de peones -aviso- y estocada corta (silencio). Rafael Gastañeta: pinchazo, otro hondo, rueda de peones y estocada caída (silencio); media, rueda de peones y descabello (silencio). Plaza de Las Ventas, 19 de julio. Menos de media entrada.
Algo debió tener que ver para la ruidosa petición de la primera oreja que Emilio Oliva resultara cogido en la estocada. El hombre entró a matar derecho y en el embroque el toro lo levantó dramáticamente con el cuerno derecho. Los segundos que lo tuvo allí en lo alto fueron angustiosos y sin embargo no ocurrió desgracia alguna. Las consecuencias visibles del percance fueron de las dejan perplejos al aficionado estudioso y al atento espectador, una vez serenados los ánimos. Habiéndose producido el derrote por delante, la taleguilla aparecía rajada por detrás. En vez de sufrir las ingles perjudicó la culera y la dejó al aire.
Emilio Oliva había hecho un toreo en cierto modo hierático y limpio, lo que gustó horrores. Ajustado no, tampoco hondo, ligado según vinieran dadas, y en el cuarto ya no orejeado, repitió las características de la faena, en la que probablemente por aderezar de pinturería las suertes se ponía envarado.
Muy nobles se habían comportado los toros de Emilio Oliva y los restantes de Alonso Moreno exhibieron aproximadamente similares facilidades. Luego pudo haber éxito total: la terna a hombros o, en su defecto, acariciando la puerta de la gloria. Mas no hubo caso. A los compañeros de Emilio Oliva les faltó decisión, puede que técnica, acaso ese age que tanto aprecian en tierra de María Santísima. Únicamente puede decirse de ellos que estuvieron voluntariosos.
Chamaco mostró mejores aptitudes con el capote que con la muleta. Con el capote ganaba terreno, que es cosa buena al tirar las verónicas, mientras con la muleta lo perdía y además los toros le tropezaban los engaños. La sensación que dió Chamaco es la de ser lidiador capaz y tambien se le reconoce su loable proposito de ejecutar el toreo serio. Del tremendismo de sus primeras épocas no queda practicamente nada. Ni siquiera el toreo de rodillas o sentado en el estribo, que practicó muy brevemente. Los figurones actuales son mucho más arrodilladores y sedentes que Chamaco y los llaman mestros. Lo que es la vida.
El tercer espada, Rafael Gastañeta, que sufrió un serio acosón en la brega al sexto toro, padeció parecidas destemplanzas muleteriles que Chamaco y no logró administrar ningún trasteo aderezado de arte o de dominio, a pesar de sus tesoneras porfías.
La verdad es que torean poco, y no parece correcto exigir ni oficio ni exquisiteces a los toreros poco placeados. Ahora bien: Emilio Oliva torea aún menos. Venía de reaparición, tras casi un lustro de ausencia, y ahí estuvo, hecho un tío, hasta provocar las creación de un olivismo militante, ganarse la orejita del día y dejar entreabierta la puerta de Madrid. Incluso entraba a matar por derecho. Lo cual no se dice a humo de pajas, ya que es titular de un record aún no superado en el coso de Las Ventas: 36 descabellos. Treinta y seis descabellos que necesitó para acabar con un toro nada marrajo en una ya lejana feria de San Isidro. Claro que aquello sólo vale para la estadística y ya es historia.
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