Amigas
Muchas noches, en Santa Pola, cuando terminamos la cena de matrimonios, las mujeres forman corro en un extremo de la mesa y los hombres en el otro. Nosotros hablamos de política y de fútbol, cosas que salen en los periódicos. Ellas en cambio no necesitan mucho tiempo para enfrascarse en un barullo de asuntos que van desde lo más trivial a lo más íntimo, de lo más grave a lo más cómico. A menudo se las ve estallar de risas, mientras nosotros seguimos con Garzón.Esto que puede parecer la reproducción de un mundo antiguo, vuelve a ser, como un bucle, lo más nuevo. Las chicas, cada vez más, reservan algún día a la semana o a lo largo del mes para verse regularmente con sus compañeras. Lo que no les gustaría contar al marido sólo su compañera lo entiende. El mundo de las confidencias no parece el terreno más cómodo para los hombres. Los hombres se juntan, en general, para hacer algo; las mujeres, por el gusto de estar juntas, sin competencia, sin prejuicios, en la confortabilidad de un sexo que pasa de ser adulto a ser pueril, de hablar pormenorizadamente sobre el niño de la infanta Elena a confiarse los secretos mayores. Ni la igualación de situaciones, ni la homologación de la educación ha trasformado esta diferencia principal. Al contrario, en el momento en que las mujeres se han librado del enclaustramiento conyugal se han buscado entre sí para ser más felices. Casi una cuarta parte de las mujeres casadas desearía, según ha publicado la revista francesa L´Express, pasar las vacaciones con sus compañeras y cerca de la mitad estima que el marido ideal sería aquel que las dejara salir alguna tarde con su amiga. Entre hombres se habla y se comparten ciertas cosas muy compactas, pero las mujeres se peinan entre sí, se auscultan, se tocan, se miman, gozan y se mezclan como jugos.
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