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El Supremo obliga a los escoltas de Clinton a declarar sobre los escándalos sexuales

Bill Clinton sufrió ayer una severa derrota legal cuando el presidente del Tribunal Supremo sentenció que los agentes del Servicio Secreto no tienen ninguna razón para negarse a declarar en el caso Lewinsky. La seguridad de Clinton, según el juez William Rehnquist, "no se verá dañada de modo irreparable" por el hecho de que sus escoltas respondan a las preguntas del fiscal Kenneth Starr sobre sus presuntas relaciones sexuales con Monica Lewinsky. Starr comenzó ayer mismo a interrogar a tres agentes del servicio de seguridad de Clinton.

Larry Cockell, el jefe de los escoltas no figuraba entre los convocados en la audiencia de ayer. En total, serán siete los agentes del Servicio Secreto investigados.El abogado de Cockell, John Kotelli, compareció anoche ante las cámaras de televisión y precisó que ignoraba por qué su representado no había sido uno de los primeros en declarar. "Mi cliente dirá la verdad ante el gran jurado", aseguró el letrado.

El juez Rehnquist actuó en solitario, porque tanto él como sus colegas del Supremo están de vacaciones. Pero intervino a petición expresa de la Casa Blanca, que intentaba anular las decisiones de instancias judiciales inferiores que daban luz verde a la comparecencia de los agentes del Servicio Secreto ante el gran jurado de Washington que desde el pasado enero investiga si Clinton cometió perjurio y obstrucción a la justicia al negar bajo juramento haber tenido relaciones sexuales con Lewinsky.

El presidente del Supremo, el magistrado más respetado de EE UU, dio plena razón a los varios jueces y tribunales que ya se habían pronunciado negándoles a los agentes del Servicio Secreto un estatuto particular. El Servicio Secreto, que depende del Departamento del Tesoro, al igual que la fiscal general Janet Reno, argumentaban que si los escoltas son obligados a declarar sobre la vida privada del presidente, éste y sus sucesores se negarán en el futuro a ser acompañados a todas partes por esos hombres y mujeres de tamaño como armarios, audífonos en las orejas, micrófonos en las solapas y armas de fuego bajo chaquetas amplias y sombrías.

"La seguridad e incluso la vida de la figura del presidente de EE UU", decía la Casa Blanca y sus partidarios, "se ven en peligro, puesto que éste ya no confía en el silencio de sus guardaespaldas e intenta escapar a su vigilancia". Pero una serie de jueces y tribunales y, por último, el mismo presidente del Supremo creen que esa argumentación es falaz. "Los escoltas no deben ser mudos y ciegos ante presuntos hechos delictivos cometidos por su jefe, aunque hayan jurado arriesgar y hasta perder sus vidas para protegerlo".

Así que Larry Cockell, el jefe del equipo del Servicio Secreto encargado de la protección directa de Clinton, y otros seis agentes tuvieron que presentarse ayer mismo por segundo día consecutivo en el edificio judicial de Washington donde se reúne el gran jurado del caso Lewinsky. El día anterior habían logrado evitar la declaración en el último minuto, cuando un tribunal de apelaciones ordenó un aplazamiento de 24 horas hasta que se pronunciara el Supremo. Pero el Supremo habló ayer y los agentes ya no tuvieron excusas para no comparecer ante el gran jurado y su maestro de orquesta, el fiscal independiente Starr.

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El gran jurado sólo interrogó ayer a tres miembros de la escolta presidencial. La declaración se prestó ante un gran jurado distinto del que desde hace seis meses examina el caso, que no tiene sesiones los viernes, si bien deberá informarle a éste del contenido de los testimonios. Cockell deberá comparecer la próxima semana, aunque ayer aún no había recibido la citación.

Fue una situación dramática para unas personas cuyo lema es el mayor silencio y la mayor lealtad en relación al personaje que llaman en su argot POTUS (Presidente of the United States). Nada se había filtrado al cierre de esta edición de la declaración de los agentes, que como todo lo relativo a los trabajos del gran jurado es teóricamente alto secreto, pero era evidente que Starr iba a preguntarles por los menores detalles de las relaciones entre Clinton y Lewinksy, de las que ellos han sido testigos muy próximos. Y si se negaban a contestar, podía incluso encarcelarlos de inmediato.

Cockell, en particular, siempre estuvo junto a Clinton, hasta tal punto que escuchó toda su declaración del pasado enero ante los abogados de Paula Jones y luego le acompañó en el interior de la limusina en que regresó a la Casa Blanca. Larry Cockell es el primer negro que consigue en el Servicio Secreto el puesto de jefe de la seguridad directa del presidente.

Clinton se negó ayer a comentar el fondo del asunto, pero hizo un ferviente elogio del Servicio Secreto.

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