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Ciudad a la deriva

JOSÉ RAMÓN GINER Alicante es, en estos momentos, una ciudad a la deriva. Abre uno los periódicos, cualquier mañana, y se encuentra con un rosario de despropósitos, de denuncias, de actuaciones que han convertido la vida municipal en un cuerpo enfermo que los ciudadanos contemplan con estupor y una pesadumbre resignada. Nunca, en los últimos decenios, estuvo esta ciudad tan mal gobernada, tan carente de proyectos razonables, tan falta de alguna idea sensata sobre su futuro. Todo parece hacerse desde la más absoluta imprevisión, respondiendo a propósitos pintorescos o caprichosos, como el de la Ciudad de la Luz, cuando no a un mercadeo de los constructores que tratan de imponer su modelo de ciudad, a espaldas de las necesidades de los alicantinos. Se anuncia la construcción de un palacio de congresos en el monte Benacantil y la idea es criticada por numerosas personas que esgrimen argumentos solventes y señalan lo inconveniente de la ubicación, el peligro que el edificio supone para el entorno de un lugar tan significativo para la ciudad. A nadie hace caso el gobierno del Partido Popular. Finalmente, han de ser los propios técnicos municipales quienes adviertan que el edificio proyectado es incompatible con la conservación del monte. Y, aún así, todo indica que se quiere seguir adelante. Se proyecta una zona de ocio en el puerto y, apenas acabada de construir, ya se anuncia una nueva que ocupará miles de metros cuadrados. Aún antes de que se adjudique la concesión, la empresa que se presume (!) favorecida solicita permiso al Ayuntamiento para rebasar la altura permitida por las normas municipales. Nadie se ha preguntado si la ciudad necesita tantas zonas de ocio. Ningún estudio se ha acometido. Ninguna planificación se ha realizado. Todo se fía a la sabia decisión de los mercados. Se reúne el pleno municipal para aprobar la urbanización de 700.000 metros cuadrados y basta una llamada telefónica para que el alcalde, Díaz Alperi, retire el asunto del orden del día. A nadie parecen preocuparle ya las formas. Ni el escándalo que pueda producirse. Se actúa a la luz pública, con un desprecio absoluto para los ciudadanos, como si no existieran o no alcanzaran otra categoría que la de súbditos. ¿Acaso alguien va a explicar ahora a los alicantinos por qué una propuesta que gozaba de la aprobación de todos los grupos políticos y de las asociacio-nes de vecinos, es desplazada por otra que aumenta de forma desmesurada el número de viviendas a construir y disminuye los equipamientos? Hay en todo este asunto una indecencia, un descaro, una ausencia de sentido moral que recuerda esas historias oscuras de las ciudades del sur de Italia que, alguna vez, hemos visto en las películas. La misma indecencia y el mismo descaro con el que el conseller José Joaquín Ripoll ampara la propuesta de mayor edificabilidad porque supone mayores beneficios económicos. Como si la ciudad perteneciera a los señores constructores y nada tuvieran que ver los alicantinos en ella. A tal punto han llegado las cosas, que ni siquiera la tardía reacción del alcalde, plantando cara a los intereses de Eduardo Zaplana, podrá convencer a los alicantinos que esta ciudad lleva camino de convertirse en un finca que habrán de repartirse entre unos cuantos.

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