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Desencanto

ADOLF BELTRAN En el fondo de algunas de las reacciones que cosecha estos días el pacto lingüístico late un desencanto, un sentimiento de pérdida, una incomodidad. Me refiero a las reacciones de gente progresista, formada en el estupor cotidiano ante la crónica irracionalidad y acostumbrada a participar desde la trinchera de la sensatez y la normalidad en la guerra interminable sobre el valenciano. Está tan íntimamente ligado al imaginario de toda una generación ese sentimiento indefinible de tristeza moral, de vergüenza intelectual ante el espectáculo de exaltación de la ignorancia, que ahora produce vértigo la sola perspectiva de que pueda disiparse el clima de fatalidad. Y surge una angustia sutil por el posible final de ese conflicto que convive con nosotros desde hace varias décadas. ¿Hasta qué punto forma parte ya de nuestra identidad? Desde luego, sería tan absurdo sobrevalorar los efectos que tendrá el acuerdo como despreciar la importancia del dictamen que ha redactado el Consell de Cultura. El pacto, contra lo que suelen pensar quienes se oponen a él, no es una panacea y resulta imperfecto por definición. Por eso es pacto. No nos encontraremos, por tanto, mañana, en el paraíso terrenal y la nuestra será una tierra civilizada y feliz. No desaparecerá de la noche a la mañana la intolerancia, ni se redimirán los anticatalanistas de su equivocación. Sin embargo, el cambio de escenario institucional modificará inevitablemente los perfiles del juego. Las viejas trincheras perderán sentido y la lucha simbólica y normativa, al menos, se desplazará al terreno de la política y de la sociolingüística. Ahí se jugará el futuro del valenciano y su espacio en nuestra sociedad. Otra cosa es la intuición de que, al apartar a un lado la losa de la polémica más punzante (y tal vez más superficial), tendremos que afrontar otro horizonte de conflicto, donde las posiciones políticas, sociales, históricas y culturales se moverán, perdido el camuflaje de la mitología, con toda la crudeza y la confusión. No es difícil intuir que detrás de la guerra lingüística hay proyectos muy distintos para este país, discrepancias de fondo sobre nuestra sociedad, imágenes divergentes de la ubicación del pueblo valenciano en el contexto de un mundo sometido a cambios acelerados en todos los órdenes. Recrearse en los viejos tópicos compensatorios o estructurar la diversidad colectiva, anclarse en lo particular o abrirse desde lo singular, son respuestas distintas a esa disyuntiva. ¿Habrá llegado la hora de la modernidad?

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