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Ven y tararéalo

Euskadi triunfa vendiendo productos con raíces norteamericanas. Que el Guggenheim se ha convertido en la divisa del turismo vasco no es ningún secreto. El museo con embrión en Nueva York tiene durante el mes de julio otro escudero en los folletos turísticos del País Vasco con indiscutible acento anglosajón: los festivales de jazz. Música negra para consumo blanco, un producto traído de las américas que se ha cultivado durante años hasta llegar el momento de la fertilidad. Hoy en día, Getxo, Vitoria y San Sebastián, aliados también con Bayona, conforman "el mejor festival de Europa", pregonan sus organizadores. Los tres festivales nacieron en una reunión de compadres, con humildes pretensiones. En Getxo, en el seno de una comisión de fiestas de San Ignacio. En San Sebastián, el más veterano, por iniciativa de comerciantes de la ciudad para ganar un dinerillo extra. En Vitoria, para darse el gusto un grupo de amigos que se bautizaron con el nombre de Jazzteiz. Su crecimiento fue lento. Al fin y al cabo, el jazz es música de culto, minoritaria por mucho que un puñado de artistas llenen polideportivos. Algunos sufrieron crisis de identidad en el camino, otros tardaron en encontrar su parcela. Todos vivieron el vértigo de quien se siente de moda, con su inherente peligro a decaer y desaparecer. Pero la moda, pasajera por definición, dejó de serlo y se tornó costumbre. Ahora aglutinan a unos cuantas decenas de miles de aficionados que no faltan a la cita cada mes de julio. Nadie atina a explicar la clave, el por qué del éxito de un estilo de música importado y sin apenas cuajo en el País Vasco hace dos décadas. Pero así es. Lo cierto es que los festivales saben venderse, o como mínimo lo intentan. Por tercera temporada consecutiva, han suscrito una oferta turística conjunta respaldada por el Gobierno vasco, las instituciones locales e incluso el Eje Euskadi-Aquitania, que les valió el Premio de Promoción Turística en 1997. "El año pasado fue un éxito en interés. Éste es un éxito en ventas", resume Miguel Martín, director del festival de San Sebastián. Desde Vitoria, Iñaki Añúa añade su propia impresión: "este año casi el 90% de quienes nos pedían información del festival por teléfono nos preguntaban por la oferta hotelera". "Ha sido un éxito", coinciden los responsables de los tres certámenes, que junto a Bayona ya manejan un presupuesto total cercano a los 300 millones de pesetas. Esta unión de fuerzas ha ayudado a estabilizar por completo los festivales, a completar la evolución de los últimos años. Olvidados quedan los principios de la década, con los altibajos que afectaron sobre todo al certamen donostiarra. "Llegamos a tener 15.000 espectadores en Anoeta", recuerda Martín los tiempos en que actuaron Ella Fitzgerald y Oscar Peterson. Pero aquella locura remitió a unos números más racionales, que obligaron a una catarsis en el festival y replantearse en 1992 una vuelta "a las fuentes". Pero aquello está lejano ya. Hoy San Sebastián tiene garantizados cada noche los 2.750 asientos de la plaza de La Trinidad, uno de los escenarios principales. La evolución de sus vecinas Getxo y Vitoria, más jóvenes, ha tenido menos sobresaltos. Todas han seguido sus propios senderos. De hecho, pese a la unión turística, cada festival tiene una marcada personalidad: Getxo, clausurado el pasado día 5, evoca al jazz europeo; Vitoria (desde hoy hasta el 18) es sinónimo de estrellas; Bayona (entre el 17 y el 22) significa jazz clásico y tradicional; y San Sebastián (del 24 al 29) supone fiesta, música al aire libre. La convivencia entre ellas es cordial, pese a sus particularidades y diferencias en cuanto a medios. "Nosotros no nos sentimos inferiores. La unión nos beneficia a todos. Además, estamos haciendo país", afirma Iñaki Saitua, director desde hace diez años del festival de Getxo, el más modesto. Los cuatro tienen muchos nexos comunes. El principal, el público. Todos atraen a una clientela parecida, aunque muy pocos aficionados saltan de festival en festival; salvo jazzeros empedernidos o críticos especializados. El aficionado-robot reúne estas características: "autonomía viajera, buen poder adquisitivo y cultural, y muy fiel porque repite todos los años", describe Javier Blanco, ex viceconsejero de Turismo. A este perfil responden los visitantes, madrileños y catalanes principalmente. En suma, el prototipo de visitante que recibe el País Vasco, ansioso de gastronomía, playa y Guggenheim. "Turísticamente todavía no estamos consolidados", aclara ex viceconsejero. "Es cierto que el jazz tiene un público limitado, pero es más amplio de lo que estamos atrayendo. Tiene que acrecentarse en los próximos años". Claro que los festivales se llenan fundamentalmente de espectadores locales, movidos por una doble inquietud: el gusto por la música y, en muchos casos, el atractivo de un acontecimiento social. El jazz se asemeja a la ópera en esta cuestión. El caso es calar lo más hondo. Añúa, en Vitoria, lo tiene claro: "sé que a muchos críticos les molesta, pero nuestro programa no cuenta con la crítica sino con el público, que es el que sostiene el festival. Sí puede existir una festivalitis, pero es que un concierto suelto nunca es igual que una semana entera de música". Sea por la vía que sea, los festivales se han consolidado con el paso del tiempo hasta el punto de convertirse en un atractivo indiscutible en Euskadi durante el mes de julio.

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Música para ver

El jazz no sólo se escucha. También se puede ver. De forma paralela a la celebración del festival de Vitoria, cinco fotógrafos exponen sus impresiones de los mejores momentos en la historia de los tres festivales vascos. Joan Franco, Fernando Ustaran, Javier Mingueza, José Gutiérrez y José Horna han colgado 125 imágenes en color y en blanco y negro de las paredes del palacio Montehermoso (calle Fray Zacarías, 2). Se podrán contemplar hasta el 9 de agosto.

¿Isla u oasis?

¿Cuál es el verdadero interés por el jazz en el País Vasco? ¿Son los festivales una isla, un reducto de conciertos perdidos en la inmensidad del año, sin una auténtica afición musical? ¿O Euskadi es un oasis del jazz, uno de los pocos lugares donde un apasionado de la música sincopada puede gozar a pierna suelta? Ni lo uno ni lo otro, o quizá un poco de ambos. Para medirlo, se puede visitar las tiendas de discos, aunque incluso allí discrepan. Las ventas de jazz oscilan entre el 10% y el 20% con respecto al pop. Unos reniegan del tirón de los festivales. "Se vende más durante el año que en julio. La mayoría de la gente no compra discos. Hay mucho esnobismo ", farfulla uno de los socios de Power Records, en Bilbao. En Vitoria, son más positivos: "Sí van aumentando las ventas cada año, poco a poco. Pero a costa de tener mucho stock", afirma Justo Jiménez, de Disco Láser, tienda oficial del festival en los últimos tres años. Durante los conciertos vende lo equivalente al 70% de todo un año, eso sí a clientes foráneos. Un aficionado ilustre, el abogado Juan Ramón Guevara, hombre fuerte del segundo Gobierno de Ardanza, llegó a participar activamente en la organización del festival de Vitoria -hacía las labores de conductor para los artistas-. Él se posiciona en un terreno neutro. "Mucha gente no va a los conciertos porque sean aficionados, sino porque les agrada. Pero es cierto que ahora hay mucha más afición y conocimiento del jazz que hace 15 ó 20 años". Guevara considera fundamental la "labor de introducción" de los organizadores porque el espectador "necesita cierto gancho": "sí que es un mérito consolidarse sin que haya existido antes una afición extraordinaria", afirma.

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