Impresionante cogida de Juan Carlos García
El sexto toro cogió a Juan Carlos García en el momento de entrar a matar. El embroque, la voltereta y lo que sucedió después fueron impresionantes. Los segundos que estuvo el torero entre las astas, sin poder desprenderse; los derrotes que el torazo le tiró cuando ya estaba caído y a su merced en el suelo; el nervioso azacaneo de las cuadrillas, precipitadas al quite entre un revuelo de capotes; los gestos de dolor del diestro, que se incorporó desarbolado y maltrecho apretándose la parte alta del muslo, hicieron temer que sufría un cornadón en la ingle. Y resultó luego que llevaba la herida en la boca.
No se marchó entonces Juan Carlos García sino que siguió en el ruedo hasta acabar con el toro. Esa era buena señal. Se dirigió a la enfermería, por su pie, bien que azaroso y cojeando, apoyado en el mozo de espadas, sin siquiera ganas de corresponder a los aplausos del público. Cuando uno acaba de recibir semejante paliza es lógico que no esté para triunfalismos ni para ruidos.
Peñajara / Higares, Ramos, García
Dcienda El Carmen Tomares (Sevilla). Teléfono 95 415 46 52 Empleos 12 Facturación Cinco millones en 1997 Producción Audiovisual Han conseguido sacar adelante un puñado de cortos a pesar de que la Junta no ha convocado ayudas en cinco años
Toros de Peñajara, grandes -rebasaron los 600 kilos-, cornalones, mansos, la mayoría descastados y dificultosos
José Ignacio Ramos: espadazo infamante en el costillar, rueda de peones -aviso-, descabello y se echa el toro (silencio); bajonazo, ruedas de peones -primer aviso-, cinco descabellos -segundo aviso- y descabello (silencio). Juan Carlos García: aviso antes de matar, dos pinchazos y estocada (silencio); estocada tendida saliendo volteado, rueda de peones - -aviso- y descabello (aplausos); sufre una herida en la boca y un varetazo en región inguinal.
Óscar Higares: dos pinchazos, estocada, rueda insistente de peones -aviso- y dobla el toro (silencio); pinchazo y estocada caída perdiendo la muleta (silencio)
7ª corrida de feria. Lleno.
Al advertir que no parecía tan grave el percance, la plaza recuperó su tono. Las peñas habían estado especialmente ruidosas durante toda la tarde. Como en el ruedo no había diversión se la tomaron por su cuenta y cantaron todo lo cantable, allegro vivace, esquerzando si lo aconsejaba la melodía. La chica ye-ye es de mucho esquerzar y éste clásico lo interpretaron a diez mil voces mixtas lo menos tres veces. Paquito el Chocolatero, dos, que es coro de mayor intensidad y exige severos esfuerzos físicos. Marcan el ritmo los mozos de las peñas inclinándose adelante y atrás mediante contundentes impulsos, y con el sol que cae y la que llevan dentro no sólo sufre la riñonada sino que en los estómagos se levanta galerna.
La corrida salió infame y los matadores no parecieron poseer recursos para solventar sus problemas. Quiere decirse recursos técnicos, pues en lo que concierne a su propia imagen y a provocar la simpatía solidaria del graderío, andaban sobrados. Óscar Higares apenas le había instrumentado unas verónicas movidas al primer toro ya estaba vuelto al graderío que ocupan las peñas y se contoneaba delante de ellas con la apostura de quien se va a comer el mundo.
No se comió nada, realmente. Los toros, entrados en carnes y cornalones, tenían la casta del morucho -algunos quizá la del charolés- y darles los naturales y los derechazos que pretendían los espadas de la terna resultaba una utopía. Mejor habría sido tratar de dominarlos aplicándoles el toreo alternativo concebido para la grey de semejante catadura, que cuenta con amplia gama de suertes, cada una de ellas con sus atributos y su función.
Desde los pases de castigo doblándose por bajo que obligan a humillar hasta los muletazos por alto de pitón a pitón que consiguen ahormar hay un nutrido repertorio, muy eficaz si se saben elegir las suertes y conjugarlas con los terrenos y las distancias; de sobra experimentado por decenas de miles de toreros a través de casi dos siglos de tauromaquia.
Pero los toreros modernos, lo mismo las figuras que los aspirantes -cual era el caso- no saben de esto. Ni conocen la ciencia ni les interesa aprenderla. Con decir que el toro era tobillero, o que les miraba, o que no servía -u otros manidos tópicos que ha concebido un taurinismo vulgar y lego- tienen bastante para justificar el fracaso. Intentan el derechazo o a lo sumo el natural, y si el toro no los admite, quedan eximidos de torear según mandan los cánones.
La oreja, sin embargo, hay que cortarla como sea, incluso empleando la demagogia. En Pamplona viene muy bien pegar molinetes o tirarse de rodillas y tanto Higares como José Ignacio Ramos intercalaban estos tremendismos durante sus voluntariosas, perturbadoras y al cabo destempladas faenas, aunque no vinieran a cuento.
Juan Carlos García, que toreó sin templanza ni reunión a su primer toro -acaso el único medio potable-, también echó las rodillas a tierra para iniciar su faena al sexto y luego lo muleteó con pundonor y valentía, aguantando las peligrosas embestidas y los continuos derrotes, muchos de ellos al cuello. Se volcó al matar y sobrevino entonces el tremendo volteretón que hizo temer lo peor. Luego se supo que no era grave, y eso fue lo mejor de la corrida.
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