_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Hooligans

La actual abundancia de terribles noticias televisivas ha hecho afirmar a algunos que nuestro mundo es cada vez más violento. Se trata de una mera ilusión óptica: en el pasado, las imágenes no llamaban a la puerta. Lo que sí se ha recrudecido es la satanización manipuladora de los violentos por parte de los aparatos institucionalizados del Estado, que aprovechan el control doctrinario con que manejan los medios de comunicación para crear un maniqueísmo artificial de buenos y malos. La violencia nació con los humanos, pero no es exclusiva de un bando, como nos dicen: emana de muchos frentes, tiene caras diversas y se expresa con múltiples lenguajes, además del de las armas. ¿Quién no ha escuchado durante el empacho futbolístico de este mes los comentarios veladamente racistas contra los ingleses, identificados en bloque con hooligans salvajes? ¿O las mentadas de madre de Dunga y Stoichkov contra sus compañeros de equipo cuando no jugaban bien? ¿Acaso la persecución judicial de Sogecable no fue una artimaña violenta para silenciar al que critica? ¿Y el veneno que destila el poder? No me refiriero aquí a la miserable guerra sucia de los GAL, de todos conocida, sino a la perfidia señoril de tantos políticos de hoy, que sólo se distinguen del gamberro revientalunas en que lucen corbata, están en la nómina del Estado y ametrallan con la palabra. Para no ir más lejos, el vicepresidente primero Álvarez Cascos ha sido siempre el paradigma del chulo de barrio, capaz de morder la yugular de quien se interponga en su camino, sin que sea necesario que se trate de un adversario ideológico (aunque eso ayuda), pues el objeto del odio puede ser alguien de su misma camada, como ha ocurrido en el misterioso rifirrafe asturiano contra Sergio Marqués. ¡Qué turba peligrosa la del PP! En el fragor de las peleas dan tales dentelladas que más vale permanecer al margen si no quiere uno perder la oreja. El País Valencià padece también de violencia irresponsable: la que escupe su honorable presidente. El pulso tenaz que Eduardo Zaplana mantiene con la Universidad de Alicante en general -y con el rector Pedreño en particular- es una muestra más de que la agresión gratuita se puede ejercer con la frente alta (para salir sin papada en la foto, claro, mientras se clava el puñal). El Consell se pasó por la entrepierna la independencia universitaria con el demagógico argumento de que quien manda, manda, y como Pedreño tuvo la audacia de resistir la provocación, se ha convertido desde entonces en blanco de violencias verbales procedentes de Zaplana y compañía, que legitiman sus golpes bajos con alusiones encendidas a la democracia, como si el peso de las urnas diera patente de corso al autoritarismo, a la acusación malévola y al engaño ininterrumpido desde los medios afines. Ahora ya no hace falta fusilar a nadie, basta con dispararle un voto y sonreír a las cámaras. Tony Blair, un cínico izquierdista de salón que no tuvo empacho hace seis meses en poner sus bombas al servicio de las amenazas yanquis contra el pueblo iraquí, calificó de vergüenza nacional a los hinchas británicos que perturbaron Marsella. Lo son, sin duda, pero hooligans hay en todas partes, a veces tan refinados que utilizan cuchara de plata y tienen línea directa con el palacio de la Zarzuela.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_