_
_
_
_
TENSIÓN EN IRLANDA DEL NORTE

Las barricadas del Ejército británico detienen a los orangistas a los 200 metros de marcha

Marcharon muy poco, no más de de 200 metros, hasta que se toparon con una gran barricada de metal verde que transformó la manifestación política en Portadown en un picnic protestante. En vano los soldados británicos le habían añadido una alambrada de púas, porque ninguno de los orangistas que ayer salieron a desfilar tenía intención de escalarla. Ni estaban en condiciones. Enfundados en sus trajes domingueros, con llamativos bombines negros, paraguas y bandas anaranjadas, esos señores de cierta edad querían sólo dejar constancia de su empeño.

Y la presencia de policías y soldados les informó de lo obvio: El camino está cerrado y permanecerá cerrado. La única opción: el apacible prado a la vera del cementerio, y allí se instalaron a esperar, sin apuro visible, que algo sucediera. Faltaban minutos para la una de la tarde cuando los orangistas que emergieron de la iglesia de Drumcree constataron que su plan de retornar a Portadown por el Garvaghy Road, el barrio católico de esta ciudad norirlandesa, no tenía futuro. El abanderado de la marcha inconclusa, un diminuto abogado de 65 años y bigote bien recortado llamado Alec Hyde, intentó decir algo a los soldados al otro lado de la muralla. Pero nadie pudo escuchar bien a Mr. Hyde porque en ese momento estallaron los acordes de una marcha interpretada por la banda de acordeones Estrella de David.Bien pudo ser una retirada pues los orangistas dieron media vuelta y los que no se fueron al césped, se plantaron a varios metros de la muralla. Desde allí, de ese mar de bombines negros, surgió la voz indignada de Harold Gracey, el gran maestre de la Orden de Orange en Portadown. "Quiero comunicar al Gobierno de Su Majestad que esto es una vergüenza total", exclamó el gran maestre a todo pulmón. Estaba lívido. "¡Impedir que súbditos británicos caminen por el Camino de la Reina! ¡Puedo asegurar que nos quedaremos aquí el tiempo que sea necesario ya que pagamos nuestros impuestos y tenemos todo el derecho de avanzar por este camino!", les espetó a los fusileros del Chesire Regiment que le observaban inmóviles a distancia.

Ése era el mismo mensaje que los orangistas transmitieron ayer a todo el que quería oírles decir algo nuevo. No hubo tal. Paul Berry, el atlético discípulo del predicador fundamentalista Ian Paisley que a sus 22 años es el miembro más joven de la Asamblea legislativa recientemente elegida en Irlanda del Norte, se apresuró a aclarar que la marcha va a continuar hacia Garvaghy Road sea como sea, "por Dios y el Ulster". Berry hablaba con una pasión tan intensa como la fragancia de su loción de afeitar. "Puede que esperemos días, semanas o meses, pero marcharemos por Garvaghy Road", dijo. ¿Años? "Si es necesario". Esa convicción preocupó a unos abuelos orangistas que escuchaban a Berry lanzando miradas temerosas al cielo irlandés, extraordinariamente frío y amenazador para la temporada.

Pero lluvia no hubo. Violencia tampoco. La guerra que todos temen no comenzó ayer. Y si algo unía a las comunidades de católicos y protestantes de Portadown y a los 2.000 soldados y policías atrincherados en sus calles, era una perceptible sensación de alivio. Por primera vez en tres días desde el estallido de la crisis de los desfiles, ayer no ardió ninguna iglesia en Irlanda del Norte. Los protestantes probritánicos y los nacionalistas católicos no intercambiaron ni un solo botellazo. Portadown vivió, por lo tanto, una tarde inesperadamente tranquila.

En el parapeto de su jardín, un fornido católico de Garvaghy Road se pasó la jornada haciendo crucigramas. "Hoy nada, pero mañana es otro día. Ya lo verá", advirtió el hombre sin levantar la mirada. ¿Había visto el desfile de ida a Drumcree? "No, pero oí los tambores y no me gustaron para nada". ¿Defenderá su calle si avanzan los protestantes? Interrumpió su pasatiempo. En su rostro había enfado. "Tan seguro como que el Papa es católico", vino la respuesta y volvió a lo suyo.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
_
_