Impresión por encargo, una revolución en la industria de los libros
La distribuidora de libros más fuerte de EE UU irrumpe en el mercado con un sistema de impresión ultrarrápida
Los rumores acerca de una revolución en la edición de libros se hicieron realidad en la Feria del Libro de Chicago, celebrada en los meses de mayo y junio, cuando Ingram, la distribuidora de libros más fuerte de Estados Unidos, anunció oficialmente su irrupción en el mundo editorial con su sistema de "libros impresos por encargo". Llevaron a Chicago su Sistema de Impresión por ambas caras de Alta Resolución IBM Infoprint 4000 y maquinaria de German Danka Services International (que proporcionaba las tapas a todo color) para demostrar a la boquiabierta muchedumbre que asistió a la feria cómo su subsidiaria, Lightning Print, podía producir en 30 segundos un libro en rústica de calidad superior con tapas a todo color, y hacerlo llegar al consumidor en 48 horas a través de una librería local, de Amazon.Com, o de su propio catálogo electrónico Ingram.El sistema debería interesar especialmente a los editores españoles porque los grandes ganadores en este sistema -que está pensado para libros que necesitan tiradas de entre 500 y 15.000 ejemplares, por ejemplo- son las obras literarias y académicas, los libros agotados (en EE UU todo está agotado) y los libros extranjeros. Como me dijo en la Feria del Libro Larry Brewster, uno de los vicepresidentes de Ingram y director general de Lightning Print: "Lo que revolucionará la industria del libro no es la tecnología -hace tiempo que se podía disponer de la nueva tecnología- sino la forma en que la estamos utilizando".
El coste del sistema de entrega en 48 horas de Ingram es bajo, no hay almacenamiento y no hay devoluciones. Si de repente se venden, por ejemplo, 20.000 ejemplares de un libro, se puede pasar a utilizar los métodos normales de impresión y, cuando las ventas empiezan a flojear, se puede volver al sistema digital de IBM. Como el coste de mantener un libro en existencia no es más que unos cuantos dólares al año, esto significa que en un futuro próximo no se agotará ningún libro. Hacia el mes de enero, el sistema de IBM será capaz de imprimir libros con tapas duras. El objetivo de Ingram es llegar a los 10.000 títulos a finales de año y conseguir una capacidad de impresión de un millón de libros por año.
Para los editores españoles que se han dado cuenta de que EEUU -sobre todo las universidades- es un sólido mercado en crecimiento para los libros españoles, pero no han encontrado una forma práctica de introducirse en este nuevo mercado y comprobar su potencial, la impresión por encargo es un gran adelanto. Es una forma de poner a prueba y comercializar sus libros directamente desde España con un riesgo casi nulo.
Aunque el español es el idioma que más claramente se beneficia de esta aplicación de la nueva tecnología por parte de la distribuidora más poderosa de EE UU, también otros países pueden beneficiarse. Cuando los escritores extranjeros protestan porque en EEUU casi no se publica a ningún autor de fuera, y se lo toman como una especie de insulto personal, no están comprendiendo toda la situación. El verdadero escándalo es que en EEUU ahora se dedica menos del 4% de las impresiones de lujo al arte, la literatura y la poesía. En otras palabras, lo bueno ya no forma una parte importante del mundo editorial, que de todos modos está casi totalmente en manos de los alemanes y los británicos. Ingram Books ha hecho su drástica irrupción en el mundo editorial con sus libros por encargo justo en el momento en que un profundo pesimismo envuelve al sector, a pesar del auge de la economía estadounidense. No es que no haya lectores literarios -los cursos de escritura y literatura también están en auge en las universidades- sino que bajo el sistema actual no hay forma práctica de llegar a estos lectores. Las imprentas pequeñas son demasiado pequeñas y los grandes conglomerados, por culpa de su pesada estructura, ya no pueden permitirse editar libros de los que se vendan menos de 20.000 ejemplares. Yo compararía este momento por el que pasan las editoriales ahora con el que pasaron hace aproximadamente una década los grandes almacenes de Nueva York, cuando de repente se hicieron demasiado grandes: la propiedad inmobiliaria y la gestión de estas tiendas se volvieron demasiado caras; los hábitos de los neoyorquinos cambiaron y empezaron a comprar en las tiendas de modas y a través de los catálogos.
Los catálogos fueron una bendición para la mujer profesional moderna. Podía relajarse en la cama con un teléfono al lado y a las dos de la madrugada pedir rápidamente regalos de Navidad a los museos, comprar la ropa y los juguetes de los niños, elegantes utensilios domésticos, trajes bonitos, y sobre todo ropa deportiva a través de catálogos especializados, a unos precios altamente competitivos. Los catálogos que han seguido funcionando han sido los de más calidad y con productos de primera línea. En cuanto a los grandes almacenes, quedan pocos en Nueva York.
Una edición reciente de Newsletter Committee on Intellectual Correspondence (fundada y dirigida por el sociólogo de Harvard Daniel Bell) analizaba el actual desorden en las editoriales estadounidenses. El mayor problema es la tasa récord de devoluciones de libros no vendidos por parte de las librerías: el 45% de los libros encargados, en comparación con el 15 ó 25% de hace 10 años. El gran culpable ha sido el megalibro de famosos (las devoluciones alcanzan el 60%). Según esta publicación, los graves errores de cálculo con los anticipos de los megalibros de famosos hizo que Simon & Schuster perdiera más de 35 millones de dólares por culpa de los anticipos no cubiertos, Random House más de 55 millones, y para Harper Collins significaron unas pérdidas de 270 millones de dólares, una cantidad inaudita en la historia de las editoriales estadounidenses. En los últimos 15 años el dinero macho que las editoriales han repartido en megalibros se ha convertido en un lucrativo plan de jubilación para políticos, actores, gente de los medios de comunicación, ladrones, asesinos, y los abogados que los defienden, pero ha arruinado a las librerías y a las editoriales. Como dijo Corllies Smith, un eminente editor: "Ninguna obra literaria con un anticipo normal ha esquilmado jamás a una editorial".
Al llegar la primavera, la única editorial importante que no estaba en manos de un conglomerado era Norton, cuyos propietarios son sus empleados. En mayo, poco antes de que Ingram Books anunciara su empresa de pago por encargo en la Feria del Libro de Chicago, una especie de pánico sacudió a las editoriales de Nueva York cuando estalló la noticia de que la editora Bertelsmann había comprado Random House y sus satélites. ¿Es acaso que se habían convertido Holzbrinck y Bertelsman en los dueños de toda Nueva York? ¿Era la novela literaria una cosa del pasado? En junio, Vanity Fair publicó un importante artículo sobre los alemanes, preguntándose en términos muy vagos si Georg von Holzbrinck había tenido conexiones nazis.
Ingram eligió el momento perfecto. Su olfato financiero les permitió entender que éste era el momento idóneo para resucitar el "libro literario" y habían dado con un buen plan para distribuir y comercializar sus libros por encargo. También comprendieron que podían ganar más dinero con menos riesgo haciendo muchos libros pequeños, en vez de invertirlo todo en los desastrosos megalibros que, de todos modos, no son adecuados para la nueva tecnología.
Precisamente cuando más asfixiadas parecían las editoriales al estar en manos de unos cuantos conglomerados gigantescos, otras cosas y otros recursos surgieron en el horizonte, algo típico de la fluidez empresarial y de la cultura estadounidenses. Daniel Bell tiene ahora su revista, Saul Bellow tiene la suya -The Republic of Letters- y hasta yo misma tengo mi propia imprenta, Great Marsh Press, que forma parte de Umbrella Publishing, una fusión que incluye a Vivisphere Publishing, McIntosh & Otis Book, the Fiction Collective y a mí.
Yo empecé con Great Marsh Prees porque tenía la sensación de que los escritores nos estábamos volviendo cada vez más moderados por una especie de autocensura, y que casi inconscientemente moldeábamos los libros y las ideas para adaptarlas a las necesidades no de un mercado culto, sino de un mercado enorme.
Y los escritores necesitan sentirse libres y tener algún control sobre su destino. Random House ha vuelto a imprimir por encargo a algunos de sus autores como Doris Lessing, y la Universidad de Princeton también ha utilizado el nuevo método para sus publicaciones.
Curiosamente, la nueva idea también ha implicado a William Faulkner. La pasada Nochevieja, en Nueva Orleans, el almacén y las oficinas de su primer editor en rústica lujosa, Pelican and Company, se quemaron hasta los cimientos. Fue la clásica Nochevieja echada a perder. Una banda de críos incivilizados dispararon unos petardos apuntando directamente a las vidrieras de la iglesia renovada que hacía las veces de imprenta y almacén en la orilla occidental del río Misisipí y el lugar se incendió. Milburn Calho-un propietario de esta editorial de mediano tamaño especializada en historia y arquitectura del sur, libros de cocina de los cajun (nativos de Luisiana), y libros locales y regionales sobre este estado- calculaba que cerca de la mitad del inventario había quedado destruido.
Como era material que se vendía en tiradas pequeñas, habría sido prácticamente imposible sustituirlo. Ingram, también una empresa del sur (su sede está en Nashville, Tennessee, centro imprescindible de la música country, tuvo noticia del fuego y, con su sistema de impresión por encargo pudo ayudar a recuperar algunos de los libros de pequeña tirada que de otra forma se habrían perdido. Mientras paseaba por la Feria del Libro de Chicago, meditaba sobre todo esto, sobre cómo eran las editoriales cuando yo entré en esto de joven, en lo que se ha convertido y en lo que puede convertirse en un futuro desconocido.
Miraba fijamente las máquinas de IBM que a mí me parecían lavadoras altas y estrechas que cogían bobinas inmensas de papel y lo cortaban, enrollaban y digitalizaban en cuestión de segundos. Y me acordé de un comentario que le hice en una ocasión a Juan Hortelano y que él repetía a menudo. Le dije que no había editores de prestigio, sino sólo escritores que prestan su prestigio a los editores.
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