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Reportaje:

Cinco chicas, en manos de la guerrilla

Intensas negociaciones para liberar a las jóvenes que prestaban servicio social en el Ejército colombiano

Son cinco chicas con las pasiones y sueños comunes de cualquier adolescente de su edad. Joliffe espera convertirse algún día en una modelo famosa. Paola quiere ser médico. Carolina adora comer dulces. Gisela baila al ritmo de la música rap. A Leidi le gusta dibujar. Pero el conflicto civil más largo de América Latina hace pocas concesiones a la inocencia. Hace tres semanas, el Ejército Nacional de Liberación (ELN), la segunda guerrilla más importante del país, las secuestró bajo la acusación de colaborar con el Ejército de Colombia.Incluso en un país aparentemente acostumbrado a la violencia y a la toma de rehenes, el crimen ha desencadenado en la población un sentimiento de rabia.

"El que la guerrilla haya podido hacer algo así contra unas chicas indefensas va más allá de la crueldad", dijo la madre de una de las secuestradas. "Tan sólo me queda rezar".

De las rehenes, cuyas edades están entre los 13 y los 21 años, tres están embarazadas y otras dos son madres desde hace poco. Trabajaban como voluntarias para un programa de servicios sociales organizado por las Fuerzas Armadas en Segovia, una región al noreste de Medellín, la capital de la provincia. Hasta que en julio del pasado año el Ejército recuperó el poder, ésta era una región dominada por el ELN. Desde entonces, según los militares, las secuestradas habían enseñando a leer a la población más pobre, les habían aconsejado en temas de salud y habían organizado acontecimientos recreativos.

Pero el ELN tenía otra versión. Acusaba a las voluntarias de transportar armas de fuego y de participar de incógnito en actividades de las Fuerzas Armadas. Para algunos militares, sin embargo, el secuestro es resultado de la irritación de los guerrilleros tras haber perdido el control de Segovia.

El secuestro resuena más allá de las fronteras colombianas y ha llamado la atención del premio Nobel de la Paz de 1996, José Ramos Horta, que está participando en las negociaciones con el ELN para liberar a las cautivas.

Durante el pasado fin de semana, Ramos Horta, que viajó a Colombia con una delegación de Unicef, se reunió con líderes de la guerrilla que le aseguraron que las jóvenes -conocidas como las Chicas de Acero por el nombre del programa del Ejército que las empleaba- están bien.

La historia de la violencia en Colombia es larga. Las fuerzas guerrilleras, los paramilitares de extrema derecha y en algunos casos el Ejército han recurrido a métodos extremos en una escalada del conflicto cuyo balance en la última década es de decenas de miles de muertos y millones de personas desplazadas.

Uno de los episodios más terribles de los últimos tiempos ocurrió hace tres meses, cuando un escuadrón de la muerte de los paramilitares ejecutó a 25 jóvenes en Barrancabermeja.

Las víctimas, acusadas de apoyar a la guerrilla, fueron sorprendidas mientras jugaban al fútbol y asesinadas tras un simulacro de juicio.

"Nadie es intocable en Colombia", afirma José Miguel Vivanco, de Human Rights Watch, "mujeres embarazadas y niños están expuestos al peor tipo de abusos y violencia".

Según la Fundación para un País Libre, un grupo antisecuestros de Bogotá, al menos 830 personas han sido víctimas de estos crímenes en los primeros cinco meses del año, a una media de cinco secuestros al día, lo que representa un aumento del 28% respecto al mismo periodo de 1997.

Algunos son optimistas con la posibilidad de que sean liberadas, ya que el domingo el ELN acordó con altos funcionarios participar en negociaciones de paz con el Gobierno del presidente electo, Andrés Pastrana.

Mientras tanto, los captores han permitido a las cinco jóvenes secuestradas que escriban a sus familias. En una de las cartas, Verónica, de 17 años, y su prima Claudia, de 14, hacían planes para el día en el que volverán a casa. Para celebrarlo quieren hacer una gran fiesta "en la mejor tienda de helados". Ana Gómez Ospina, que cumple 15 años esta semana, pidió a sus padres que encendiesen una vela que le ayude a recuperar su libertad.

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