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Invasión bárbara

Un pueblo gallego escenifica en la Casa de Campo la llegada de los vikingos al noroeste en el 902

Una nave vikinga surcó ayer al mediodía el pequeño estuario del Lago de la Casa de Campo. La cabeza de un dragón adornaba su proa. En la cubierta, rugían exaltados 30 vikingos del pueblo de Catoira (Pontevedra). Iban armados con espadas, ataviados con pieles y tocados con enormes cornamentas. Los guerreros gallegos se preparaban para escenificar el tradicional asalto vikingo al pueblo de Catoira, que guardaba ricos tesoros, como uno de los actos de la VFiesta de la Trilla y los oficios primitivos.El inmenso gentío que paseaba por las orillas del lago miraba extrañado a la embarcación vikinga. En el navío, gritos de veneración a Úrsula, diosa de estos guerreros. El drakar, rememorando la remontada del río Ulla en Catoira, giró dos veces y se dirigió a tierra. La tribu desembarcó con sus espadas en la mano. Eran 26 vikingos que pasaron del barco a tierra con movimientos descompuestos y gritos. "A por las mujeres, a por las joyas, aaaaaaah", bramaban los piratas, muy metidos en su bravo papel.

Acompañados del sonido de las gaitas de los centros gallegos de Madrid y Getafe, los bárbaros se dirigieron al núcleo donde se arremolinaba la gente. Los guerreros se abalanzaban hacia el público. El revuelo era tremendo.

Albino, un pescador gallego, era uno de los guerreros más traviesos. "Hay que asustar a la gente", jadeaba. "Se trata de demostrar un pequeño aperitivo de lo que hacemos el primer fin de semana de agosto en nuestro pueblo de Catoira", agregó.

Miguel, con un zorro en su casco cornudo, guiaba al sudoroso grupo de frentes ceñidas. "Venimos a la conquista de los madrileños", vociferaba. Uno de los vikingos atrapó a una mujer para atarla a un árbol. Juan, con una espada de hierro en la mano y calzado con unas polainas de piel, amenazaba a un grupo de muchachas a las que no paraba de atosigar.

En el final del frenesí, los guerreros raptaron a varias mujeres y las subieron a su nave de madera de roble, de 7.500 kilos y 30 remeros. Emilio, un funcionario del Ayuntamiento de Catoira que ejercía de capitán de la nave, bajó el telón del simulacro al devolver a tierra a las mujeres. "En Catoira no os escapáis tan fácilmente", advirtió Ernesto. Los madrileños presenciaron ayer una "mínima parte" de la romería vikinga de Catoira, según los vecinos del pueblo gallego. "Además de la dramatización de las invasiones, hay obras de teatro, recitales literarios y, por supuesto, una comida campestre, gaitas y baile. Y también quemamos chozas", enumeraron. Al atardecer, una grúa depositó el drakar en un camión. La nave regresa por tierra a Galicia con la misión cumplida: "La conquista de Madrid".

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