La alternativa
PASQUAL MARAGALL, ex alcalde de Barcelona, anunció al fin su buena nueva: será candidato a las próximas elecciones a la presidencia de la Generalitat. Lo hizo desde lo alto del edificio más emblemático de la Barcelona olímpica -la torre de telecomunicaciones de Norman Foster-, de forma que no haya dudas sobre sus intenciones: quiere ser un candidato que trascienda el estricto espacio socialista, hasta el punto de que ha anunciado ya su intención de establecer contactos con todas las fuerzas de la izquierda e incluso, según ha dicho, con alguna fuerza de la derecha.No por esperado y sabido, el anuncio deja de ser importante. Por primera vez desde que Jordi Pujol ganó las primeras elecciones autonómicas hace 18 años, con la perplejidad de unos socialistas excesivamente confiados, Cataluña se encuentra ante unas elecciones realmente competitivas. Para que los comicios sean competitivos deben darse dos condiciones: que haya más de un candidato con posibilidades reales de ganar y que la opinión pública crea en esta eventualidad. La personalidad de Pasqual Maragall, la única que en Cataluña supera a Pujol en imagen en los sondeos, hace que se den las dos condiciones. Lo cual es una gran noticia porque, por fin, los ciudadanos catalanes tendrán la oportunidad real de escoger entre la continuidad del largo proyecto convergente o la alternancia sobre el fundamento de una propuesta renovada de izquierdas.
Corresponde ahora a Maragall lo más importante: proponer y convencer a una amplia gama de fuerzas políticas y sociales para configurar la alternativa. El candidato del PSC ha dicho que su propuesta debe ser "alguna cosa más que un puro nacionalismo más o menos moderado". Rellenar de contenido este "alguna cosa más" es la primera exigencia que tiene ante sí el candidato. El anuncio de Pasqual Maragall llega en un momento de inflexión en la sociedad catalana, en que los tabús de la transición empiezan a caer lentamente. Sería de desear que estas elecciones no dejaran de lado ninguno de los grandes problemas del país, incluido el debate sobre las iniciativas de política lingüística acometidas por el Gobierno de Pujol en su etapa de alianza parlamentaria con el Partido Popular. Es fácil imaginar que Maragall tratará de oponer la capacidad de autogobierno, simbolizada por la transformación olímpica de Barcelona, al nacionalismo de los símbolos de Pujol. Sería una lástima que la campaña se redujera a una mera confrontación de dos perfiles mediáticos.
Las elecciones catalanas adquieren también especial importancia en la perspectiva general española. En Cataluña se pondrá a prueba la capacidad de la izquierda de renovar sus ideas y de reiniciar el asalto al poder y, al mismo tiempo, la coalición parlamentaria que sostiene al Gobierno español pasará, por Pujol interpuesto, un primer examen de importancia. Sean cuando sean los comicios catalanes, serán trascendentales.
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