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Tribuna
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Los testigos y la víctima

Josep Ramoneda

Hay profesiones que imprimen carácter: el sacerdocio y la arquitectura, por ejemplo. La política también. Un político actúa como tal en cualquier lugar y circunstancia: como testigo en un tribunal, pescando salmones o anunciando sus compromisos sentimentales. Las comparecencias de Álvarez Cascos y Felipe González como testigos del juicio por el caso Marey apenas dejan huellas judiciales, su clave era política. A Cascos le interesaba seguir enredando la madeja, y lo consiguió: entró para hablar de una reunión con los abogados de Amedo y Domínguez y salió habiendo añadido tres reuniones más en el ovillo, con Barrionuevo de por medio. González, como dijo un magistrado, ofreció ante la sala la entrevista más larga que ha hecho en su vida. Lástima que apenas se dijo nada concreto respecto al caso Marey.No esperaba demasiado el tribunal de las intervenciones de estos dos testigos. Habían sido aceptadas como concesión a las partes, para que dejaran de darles la lata. Cascos sólo aportó malas vibraciones: esta sensación de trapicheo con las cosas graves que dan los malos políticos, esta malsana idea de que en política todo es lícito con tal de conseguir el poder, propia de aquellos que por falta de tradición democrática desconocen la importancia de los procedimientos y de la dignidad en el ejercicio de la función pública. González optó por ejercer su papel preferido: el de estadista. Un papel que con los años ha ido asumiendo hasta tal punto que parece su segunda naturaleza. Allí estuvo el personaje, y se notó por la mesura y cortesía de sus interrogadores. González no se salió del guión: hizo una declaración política encaminada a explicar que no tenía sentido que el Gobierno montara los GAL. Es decir, en primer lugar, se protegió a sí mismo, y después, a sus directos colaboradores. Guardó las concreciones para acompañar las generalidades (sus relaciones con Mitterrand y los franceses) y optó por las generalidades cuando se le pedían concreciones. ¿Y Marey? Hace tiempo que sabemos que se enteró por la prensa.

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La justicia tiene entre sus objetivos ejercer cierta reparación sobre el daño causado a las personas. De hecho, la declaración de Segundo Marey fue el único momento en que se impuso cierta sensación de que la verdad se hacía un hueco en un caso que ha transitado siempre por estos siniestros territorios en que la política se mezcla con los matones, los delatores, los conspiradores de tres al cuarto y los salvadores de la patria. El carácter espectral que, hasta su aparición ante el tribunal, había tenido la desdibujada figura de Marey simboliza la concatenación de disparates de este caso. A nadie le interesaba el verdadero rostro de este ciudadano maltratado. Marey fue siempre un error o un pretexto, es decir, algo que no merecía la atención ni de unos ni de otros. Su presencia -otros no podrán comparecer- permitió restablecer la jerarquía de los hechos.

Marey fue siempre una sombra ajena a las batallas que sobre su desdicha se tejieron. Lo fue en el momento del secuestro: víctima por error de la que no sabían cómo desembarazarse. Lo fue durante muchos años en que, con la complicidad de casi todos, el asunto quedó tapado: un espectro que amenazaba con reaparecer. Lo fue cuando se quiso que Amedo y Domínguez pagaran por todos: era una forma de conjurar el espectro. Lo fue cuando, según González, le caían peticiones de indulto para Amedo y Domínguez: el viejo enfermo cada vez quedaba más lejos. Lo fue cuando la derecha vio en los GAL que había contribuido a ocultar la oportunidad de acabar con su invicto rival: Marey, un difuso pretexto. Y lo ha sido durante la larga instrucción del caso, en que el bombeo político-mediático le ninguneó casi siempre.

"Es evidente que hubo una concertación de voluntades para montar todo este proceso", dijo González. Pero también es evidente que Marey fue secuestrado por personas que tenían responsabilidades en el aparato policial del Estado y en el partido socialista. Para González, Marey sigue siendo un espectro. Es algo obsceno que, en un brillante ejercicio político ante un tribunal, se olvide prácticamente del principal portagonista del caso: la víctima.

Lleva razón González al decir que, si ETA llevara diez años sin matar, nadie abriría un proceso contra sus militantes. Pero olvida que si el caso Marey ha tardado tanto tiempo en llegar a los tribunales ha sido también porque su Gobierno no hizo nada para esclarecerlo en su momento. González hizo política ante el tribunal. Es una lástima que le fallaran los reflejos políticos entonces y que no diera explicaciones políticas en su momento. Nos habríamos ahorrado muchas miserias. Ahora es tarde y fuera de lugar.

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