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La fuerza de choque de Netanyahu

El Gobierno de Israel utiliza a los colonos para frenar cualquier tipo de concesión territorial a los palestinos

Conquistar el Este. El movimiento pionero judío en Israel se ha convertido en la fuerza de choque de la política expansionista del Gobierno de Benjamín Netanyahu, que precisamente el domingo aprobó un plan de ampliación y reforzamiento de la ciudad de Jerusalén que amenaza con anexionarse otros territorios árabes. La misión de los colonos, a caballo entre el nacionalismo y la religión, es la de seguir edificando sin cesar sobre zonas palestinas, con total desprecio a las negociaciones del proceso de paz.«No podemos parar de construir. Tenemos que dar cobijo a nuestras familias», asegura Menahem Gourary, de 41 años, padre de seis hijos, uno de los principales líderes del movimiento colono de Israel, portavoz de la poderosa organización Yesha, en la que se encuentran representados los 197 asentamientos judíos de los territorios árabes de Cisjordania y Gaza (rebautizados con los nombres de la antigua toponimia bíblica: Judea y Samaria), y en los que habitan más de 170.000 pioneros.

Menahem Gourary defiende sus posiciones con apasionamiento, desde su casa, situada en el asentamiento de Mizpe Jericó, una colonia de reducidas dimensiones, fundada hace 20 años en el corazón del desierto de Judea, habitada por un millar de personas que esperan en los próximos días recibir 60 vecinos más, en un proceso que tiene como objetivo triplicar su población en el 2000.

«Los palestinos construyen sus casas. Nosotros también necesitamos hacer lo mismo. La diferencia es que nosotros lo hacemos legalmente después de cumplimentar cada uno de los requisitos administrativos. Ellos lo hacen de cualquier manera, sin ningún permiso. Por eso las autoridades derriban sus viviendas», añade el portavoz de lo que él considera mal denominado movimiento colono y que en su opinión merece otro nombre, como el de pioneros .

El movimiento colono de Israel, que actuó durante el pasado Gobierno laborista de manera muy discreta, se encuentra ahora desbocado, vociferante, convertido en la principal fuerza de choque del Ejecutivo, que les utiliza para frenar cualquier tipo de concesión territorial.

«Por primera vez nos encontramos con un primer ministro, Netanyahu, que nos habla y nos escucha. Hay un verdadero diálogo. Nuestras reivindicaciones son atendidas», prosigue Gourary, el rostro amable y dialogante de un movimiento cívico-político-religioso al que se sumó hace una veintena de años cuando, proveniente de Bruselas, descubrió este rincón del desierto de Judea.

La sintonía entre la Administración de Netanyahu y el movimiento colono permite afianzar los viejos asentamientos dotándoles de importantes prerrogativas, como la decretada hace pocos días por la que se otorga a estas urbanizaciones el derecho a poseer su propia guardia cívica, una antigua y anhelada reivindicación, desestimada por los anteriores Gobiernos, que podría ser el embrión de una nueva milicia radical y nacionalista, según teme. La palabra se ha convertido en su arma más contundente y eficaz.

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El esfuerzo titánico de este portavoz colono para borrar la caricatura de un movimiento al que se le suele dibujar con la kippa en la cabeza, el cuchillo entre los dientes y en sus manos cualquier tipo de armamento puede tambalearse en cualquier momento. Sobre todo en las situaciones de tensión o incluso en las de tedio o aburrimiento, como la del otro día, cuando en pleno mediodía, bajo el sol de Hebrón, dos adolescentes, vecinos de un asentamiento, batearon con un palo, desde la ventanilla abierta de un coche en marcha, la cabeza de un trabajador palestino que caminaba ensimismado por el arcén. Murió en el acto.

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