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El precio de no ver

Juan José Millás

Una vez quise meter en una novela a un personaje entregado a la manipulación del dinero ajeno en las bolsas globales del universo mundo (un broker), de modo que reuní un millón de pesetas y se lo entregué a una empresa de Barcelona dedicada a estos menesteres. Mi contacto se llamaba Ramón, y nunca nos llegamos a conocer personalmente. Él me llamaba por teléfono a Madrid pidiéndome autorizaciones urgentes para comprar esto o lo otro, y a las dos o tres semanas volvía a ponerse en contacto conmigo para decirme que habíamos ganado 100.000 pesetas, que me recomendaba reinvertir en cosas que yo no entendía. A veces me resistía un poco para darle la oportunidad de convencerme mientras tomaba apuntes al natural de sus rasgos más sobresalientes. De fondo se escuchaban gritos y conversaciones precipitadas en las que aparecían sin cesar las palabras dinero y millón, o viceversa. Yo imaginaba a mi contacto como un sujeto joven, muy corpulento, siempre en mangas de camisa, pero con una corbata a media asta que izaba a la hora de hablar conmigo.Siempre me pedía más dinero porque siempre había unas oportunidades increíbles para hacerse rico. No se creía que lo que le había entregado fuera todo mi capital, y a veces, para ponerme en ridículo, me comparaba con sus clientes, que no invertían en nada menos de 50 millones. Si me hubiera llamado desde la realidad, quizá me habría ofendido, pero me telefoneaba desde una novela, y yo, de momento, me conformaba con que las cosas fueran verosímiles. Los primeros meses gané mucho dinero, siempre en relación a la suma invertida, que para mí no era tan modesta. Alguna vez intenté recoger beneficios, pero Ramón me tachaba de pusilánime y me ofrecía una inversión segura en la que también había metido pasta un jeque árabe o un príncipe sueco. Nunca alterné con gente tan selecta. Pero lo mejor, que es a lo que iba, es que durante todo aquel tiempo Ramón jamás compró nada que se pudiera tocar con las manos o tener un rato en el salón de casa. Para mí fue todo un descubrimiento averiguar que con lo que se gana dinero realmente es con las "opciones".

-Hemos comprado una opción de 10.000 toneladas de trigo en Singapur -me decía Ramón un lunes.

Y el viernes:

-Hemos vendido la opción de trigo ganando un 30%.

-¿Pero qué quiere decir esto de una opción? -preguntaba yo tímidamente.

-Pues que el trigo no se ha llegado a sembrar, aunque en el caso de que alguien se decida a hacerlo irá todo muy bien, porque anuncian lluvias para la temporada próxima.

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Nos pasábamos el día, pues, comprando cosas inexistentes, de las que obteníamos, al venderlas, unos beneficios tangibles estupendos. Fue entonces cuando me di cuenta de que el problema de la clase media es su gusto por las cosas reales. Si compran vacas, quieren ver la leche, y si eléctricas, no paran hasta electrocutarse. Ramón y yo adquiríamos petróleo inexistente, oro hipotético, cosechas probables, y cada semana éramos más ricos, hasta que llegó la guerra del Golfo y lo perdimos todo de una vez por razones que tampoco entendí jamás. Podía haberme recuperado con la venta de la novela, pero la abandoné porque sus materiales (incluido el broker) eran demasiado literarios, en el peor sentido, y no me los creía ni yo.

El otro día, sin embargo, unos amigos fueron al Teatro Real para ver una coreografía de Pina Bausch, y les vendieron por 1.000 pesetas unas butacas desde las que, literalmente hablando, no se veía el escenario.

-Al principio pensamos que se trataba de un error, pero nos dijeron que era normal, y como somos un poco incultos, nos dio vergüenza pedir el libro de reclamaciones.

Me acordé de Ramón, que se ganaba la vida comprando y vendiendo cosas que no se veían, y comprendí de súbito los vínculos secretos que unen el mercado de divisas con la ópera, y que mi broker había intentado hacerme comprender, sin que yo le prestara la atención debida. Ahora he pensado en retomar la novela, sólo que en lugar de arruinarme con Ramón, lo mismo me saco un abono sin vistas en el Real, que es más barato y te proporciona idénticos materiales narrativos.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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