Un partido del que habla Clinton
EEUU e Irán, un duelo con más valor político que futbolístico
Hagan paso. Callen entrenadores, técnicos y expertos futbolísticos. Hagan un aparte, el Mundial deja de ser suyo por un día. Va a hablar Bill Clinton, el líder del mundo libre, aquel que la palabra fútbol la asocia a un balón picudo. "Se han dado las condiciones para que nuestras relaciones con Irán den un paso adelante". Coincidencia buscada o no, la declaración del presidente de Estados Unidos llegó un par de días antes de que Lyón acoja el partido-símbolo del Mundial, el encuentro que desde hace meses más teorías y ríos de tinta ha hecho correr en las páginas no especializadas. Ahí es nada. Irán y Estados Unidos, enemigos irreconciliables desde la caída del Shah y la revolución jomeinista, en 1980, frente a frente en un campo de fútbol incluso antes de haber restablecido relaciones diplomáticas.Al principio, cuando en diciembre se conoció el emparejamiento, el acercamiento era puro morbo. Con el tiempo llegaron noticias de que el mundo había cambiado, de que en Teherán mandaban los moderados de Mohamed Jatami, y de que la nueva política era de apertura al mundo occidental. Se pasó entonces a evocar la diplomacia del ping pong, aquella maniobra publicitaria de Nixon y los chinos. Joao Havelange, sintiéndose más importante que el presidente de la ONU, lanzó sus discursos de que el fútbol podía hacer más por la paz que todos los gobernantes juntos y todo eso. Poco después, otro símbolo subió al pedestal: un equipo de lucha olímpica estadounidense compitió en Teherán. Subieron al podio, vieron izar su bandera y su himno sonó. Nadie quemó la primera, nadie silbó la marcha. Demasiado festivo como para ser verdad.
Las cosas se animaron para los morbosos con Irán ya en Francia. Se empezaron a filtrar cuentos de la presencia de espías de la embajada iraní en París en el lugar de la concentración. Pero la estrategia de la tensión duró nada.
¿Y alguien habla de fútbol? ¿Para qué? Nadie olvida que son los dos peores de su grupo (compartido también con Alemania) y que su clasificación para octavos sería más milagrosa que la resurrección del Shah. Y todos los observadores, técnicos, jugadores, políticos y líderes mundiales coinciden: el resultado más políticamente correcto sería el empate, aunque sería el resultado que mataría a ambos.
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