La fiesta gana la partida
Fue lúdica la segunda noche del Sónar. Por una parte, el festival confirmó su tirón popular, y a las cinco de la mañana ya bien pasadas, varios miles de personas bailaban en los tres espacios de la Mar Bella. Por otra, unos cuantos cientos que buscaban algo más que baile siguieron sin motivos para la alegría la actuación de Jay Jay Johanson, el pálido sueco que marida tradición y modernidad. Pudo lo lúdico y al final lo más destacable de la noche no fue el concierto del sueco, sino el fervor con el que el público se abandonaba a la fiesta en la macrodiscoteca en la que se convirtió el Pabellón Olímpico. O sea que al Sónar le faltó el factor sorpresa, el punto artístico y diferencial, pero no le falló la capacidad de convocatoria, los números que hacen de un festival un proyecto con sentido y no la quimera de tres iluminados.
La Pantoja del "tecno"
Yendo al grano, podría resumirse la noche consignando que Aux 88 y Johanson, a priori dos de las gemas del programa de la jornada, no estuvieron a la altura de lo esperado. Garnier sí, no en vano es la Pantoja del tecno de consumo, y también Deep Dish, dos músicos que cultivan el house, una música idónea para soltarse el pelo cuando ya es tarde. Pero al margen de estas dos previsibles enseñas del cartel, las apuestas más mediáticas del festival, o sea Aux 88 y Johanson, pasaron por el escenario sin acreditar argumentos. A los primeros les contempló un público que no llegó a implicarse en la actuación, y al segundo se le marcharon todos menos los fans. En suma: sabor agridulce en el paladar tras la segunda noche Sónar. Aux 88 hicieron electro, o lo que es lo mismo, el cruce entre Kraftwerk y los negros. Ritmos reiterativos y romos, lejanos ecos de funk y una puesta en escena amateur. Lo negro no cuenta para Johanson, a priori la estrella para los entendidos del Sónar. Johanson era el muts, el artista sensible que daba sentido a un festival contemporáneo capaz de acoger cantautores puestos al día como él. Lastimosamente, el artista sueco fue incapaz de recrear las atmósferas de sus impecables discos en la carpa de Sónar Park y, traicionado por una sonorización inadecuada que le hizo titubear en los tres primeros temas, despachó una actuación más bien desangelada. Sin lugar a dudas Johanson no tuvo su día, como quedó demostrado por la paulatina fuga del público.Y es que a la Mar Bella el público ya sabe a lo que va: a bailar. Resultó sobrecogedor entrar en el recinto tras el concierto de Johanson, ya que te recibía una multitud danzarina que te obligaba a pellizcarte para recordar que eran más de las cuatro de la madrugada de un viernes.
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