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El festival barcelonés Sónar vive la resaca del "efecto Kraftwerk"

Cerca de 20.000 personas siguen las actividades

El festival barcelonés Sónar pasó ayer su meridiano con un balance de cerca de 20.000 personas contabilizadas en sus diferentes ámbitos diurnos y nocturnos. Durante el día de ayer se vivía aún la resaca musical de la actuación de Kraftwerk, que tuvo lugar el jueves a medianoche y en la que los abuelos del tecno tuvieron la oportunidad de encontrarse con sus nietos. Las notas dominantes hasta el momento son la normalidad y cierta inyección de público nuevo que ha elegido el festival para introducirse en el mundo del arte y la música electrónicos. Sónar terminará en la madrugada del domingo.

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Para que una música tenga raíces necesita tener abuelos, y allí, el jueves a medianoche, estaban ellos, los Kraftwerk, esos alemanes con maquinitas, robots y música que hablaban de las contingencias de nuestro presente. Los abuelos del tecno se presentaban a sus nietos.Los abuelos son nietos con más años, por eso los nietos detestan al padre por cercano y estiman al abuelo porque, por lejanía, no les hace tanto daño verse reflejados en él. Se respeta a los abuelos, son los únicos seres vivos que estaban antes que nadie, los únicos que pueden contar de viva voz lo que ha pasado. Y contando lo que ha pasado, los abuelos dibujan a sus nietos el futuro. Como Kraftwerk: 20 años diciendo que la electrónica aplicada a la música tiene sentido. Los nietos, que ya lo saben, al menos los que van al Sónar, gozan sin embargo escuchando al anciano que se lo explica, aún más si la narración tiene lugar en un contexto tan cercano como el de un festival de música moderna. Eso fue el concierto de Kraftwerk en el Sónar, la batallita del abuelete enrollao, del necesario abuelete que da sentido a todo. En este caso, a la música electrónica de consumo.

Por eso fue el de Kraftwerk un concierto simbólico. Resulta trivial consignar que el repertorio era un anticipable grandes éxitos con la inadecuada incorporación de un par de nuevas piezas con acento tecno que denotan fallidos deseos de conexión con el nieto. Resulta liviano, asimismo, oponer resistencia a sus tópicos futuristas.

El concierto tuvo los consabidos puntos álgidos, que llegaron con piezas como Tour de France -ciclistas en las pantallas-, Autobahn -autopistas en los vídeos-, Radioactivity y Music non stop. Un sonido impecable ayudó a que esta narración llegase con impoluta nitidez al público, que además gozó de suficiente espacio para campar a sus anchas. En este sentido es destacable el acierto que tuvo la organización a la hora de garantizar una habitabilidad que fue de tal grado que incluso se podrían haber vendido más entradas sin que se incomodase al personal. Quedó así claro que el Sónar no es un festival movido principalmente por ánimo de lucro.

El caso es que la actuación de Kraftwerk, que se preveía multitudinaria, no lo fue tanto, pues muchos la obviaron temiendo extremas congestiones de público. Lo que sí ocurrió es que la presencia de los alemanes eclipsó al resto de la programación, y quien pagó el pato fue el pinchadiscos François Kevorkian.

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