Rafael Camino levantó la tarde

Corrían los minutos y aquello era un velatorio. Un público ingenuo e inocente, que no era capaz de identificar a los matadores, consumía la tarde comiendo pipas. Hasta que Rafael Camino, en el cuarto novillo, tras una faena entonada, alcanzó la primera oreja de la serie.Camino había estado bien con el capote al saludar a su enemigo.

Unas verónicas templadas y un bonito recorte calentaron el ambiente. Y en la faena sacó algún pase meritorio con la derecha a un bicho que calamocheaba con cierto peligro. Supo dominar el genio del novillo y hasta se jugó la piel en unos naturales aceptables. A partir de ahí, el público se animó y se lanzó a pedir orejas. Pedro Pérez Chicote, un torero granadino que apenas se viste de luces, obtuvo la siguiente. Hubo en su faena medios pases, otros más completos y centrados e incluso se permitió una serie de manoletinas. Otra se llevó el novillero Luis Alfonso Oliveira, porque a esas alturas del festejo los espectadores eran ya un estanque de miel. Oliveira está muy verde y no se acopló con su noble enemigo. Ausencia de temple y codilleo, mucho codilleo. Razonables imperfecciones en un principiante. Pero como a los otros, una oreja. Y olé.

Los tres primeros espadas habían actuado antes entre el desinterés del público, muy cicatero con el aplauso. Muchos no conocían a Ruiz Miguel -hubo quien preguntó si era Rivera Ordóñez- y pese a que su faena fue elogiable, porque llevó al novillo con largura por ambos pitones e introdujo, al final, el toreo encimista y de parón, pasaron de aplaudirle después de arrastrado el burel. Tuvo que salir el diestro, sombrero en mano, a suplicar unas palmas. Es verdad que, antes, muchos habían pedido la oreja. Pero ya se sabe que para este público festivalero la única alternativa al trofeo es la indiferencia y el silencio.

Campuzano no pudo con la ratita que soltaron en segundo lugar. También sufrió la indiferencia del respetable. Mientras iniciaba su faena, con pases sentado en el estribo, todo el público estaba pendiente del envío del sombrero, entregado en el brindis, hasta el palco real. Después, como el novillo le entraba rebrincado y con genio Campuzano tiró por el atajo de enmedio.

El tercer espada ignorado por la concurrencia fue Fernando Lozano. Estuvo discreto y con un punto de sosería. Intentó calentar con un par de molinetes de rodillas y ni por ésas. Y en algunos momentos se arrimó toreando al natural y hasta sufrió una colada en un pase de pecho. Aun así, los aplausos, con cuentagotas.