La simbiosis entre microbios, clave de las nuevas especies
"Por mucho que te duches, te será imposible eliminar los ácaros que habitan en tus párpados, o los varios kilogramos de bacterias que viven en tus intestinos", cuenta Lynn Margulis, de la Universidad de Massachusetts (Estados Unidos). La simbiosis y cohabitación entre organismos está por todas partes, y resulta un motor esencial para la evolución y aparición de nuevas especies, un proceso que Margulis define como simbiogénesis y que ha sido clave para entender el desarrollo de los sistemas eucarióticos complejos, animales y plantas a partir de sistemas microbianos. Margulis, que estuvo casada con el famoso astrónomo Carl Sagan ahora fallecido, fue investida recientemente como doctora honoris causa por la Universidad Autónoma de Madrid y el centro de atención de una reunión internacional sobre el origen de las especies, la vida y el cambio evolutivo organizada por la Fundación Ramón Areces y la Universidad Autónoma de Madrid, a la que asistieron históricos como Stanley Miller o Juan Oró."Algunos científicos piensan que la aparición de la vida fue un proceso extremadamente raro, pero en mi opinión resultó bastante fácil", explica Miller. La mayoría de las opiniones vertidas en la reunión coincidieron en que la vida fue un fenómeno que se produjo muy pronto en la historia de la formación de la Tierra, puesto que los fósiles de bacterias más antiguos que se conocen tienen una antigüedad de 3.900 millones de años.
"La vida en forma microbiana aparece ya fosilizada en las primeras rocas que se forman a partir de sedimentos que no se destruyen", explica Margulis. "Y no hablamos de microbios aislados, sino de ecosistemas de bacterias fotosintéticas". Sin embargo, tuvieron que transcurrir 2.000 millones de años en los que el mundo sólo conoció bacterias para que surgiera la primera quimera eucariótica, una célula con el material genético encapsulado en un núcleo interno. Este sería el retrato robot de nuestro ancestro celular. "El número mínimo de genes para ellos no sería mayor que 500, pero su metabolismo era esencialmente el mismo que el de cualquier ser vivo actual".
Margulis mantiene que durante ese larguísimo periodo de tiempo las bacterias proliferaron y se extendieron ocupando enormes extensiones, transformando radicalmente la atmósfera y la superficie del planeta Tierra. Pero, según Margulis, el concepto de especie tal y como se entiende en animales o plantas no puede aplicarse a las bacterias, células desprovistas de núcleo, sino sólamente puede hablarse de tipos. "Muchos microbiólogos tienen una forma de pensar que no tiene que ver con la ciencia", afirma. "Por ejemplo consideran que dos cepas de bacterias que compartan un 85% de características son la misma especie, pero si el porcentaje es del 84% ya son especies distintas. Las bacterias intercambian genes de continuo, y una cepa puede compartir en un momento los genes de otra cepa".
Influencia en el entorno
La regulación sobre el entorno que ejercen los seres vivos, un concepto claramente relacionado con la hipóteis de Gaia, podría reflejarse en ambientes extremos, como las bacterias que medran en el lecho del río Tinto, en Huelva, donde la extrema acidez de las aguas en principio sólo favorecerían a determinados tipos de bacterias. "En esa situación, se podría pensar que si las bacterias productoras de ácido fueran egoístas podrían llevar el ecosistema a su favor", manifiesta Ricardo Amils, de la Universidad Autonóma de Madrid y uno de los organizadores de la reunión, "pero lo que encontramos es una diversidad alta no esperada: hay algas, protozoos y hongos, y existen relaciones de simbiosis entre los distintos seres vivos que comparten este hábitat tan difícil".
La primera explosión de organismos multicelulares en simbiosis tuvo lugar en el jardín de Ediacara, un conjunto de impresiones fósiles hallado en Australia, de 570 millones de años, que representan animales marinos con formas de disco o de hoja sin partes duras que variaban desde un centímetro hasta un metro. Esta pacífica comunidad simbiótica, un auténtico experimento evolutivo hacia una vida más compleja, tuvo un trágico final cuando surgieron los primeros depredadores. Esta tesis, defendida por Mark Mcmenamim, resulta sorprendente, pero la evolución necesita de alicientes para producirse, que se resumen en forma de cambios ambientales y climáticos y accidentes ocasionales como los impactos de cometas y meteoritos, tal y como apuntó Niles Eddredge.
Sin esos accidentes, quizás la evolución hacia sistemas complejos no se habría producido, y el mundo estaría hoy tranquilamente habitado por bacterias.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.