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CUENTA ATRAS EN LOS BALCANES

Milosevic acepta las condiciones para la paz

El presidente yugoslavo, Slobodan Milosevic, aceptó ayer en Moscú la mayoría de las exigencias de la comunidad internacional para resolver por medios pacíficos la crisis de Kosovo. Sin embargo, mantuvo la incertidumbre sobre la más importante de todas ellas: la retirada de la provincia serbia de mayoría albanesa de las fuerzas que han protagonizado la represión de los últimos meses, que se ha cobrado al menos 300 vidas. Milosevic sólo está dispuesto a una repliegue hacia los acuartelamientos habituales «a medida que se vaya reduciendo la actividad terrorista».

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El líder del Kremlin, Borís Yeltsin, convenció ayer a su correoso interlocutor, al menos en teoría, de que negocie con los dirigentes de Kosovo una solución a la crisis, acabe con la represión de civiles, permita el regreso de miles de refugiados y dé libertad de movimientos a los representantes diplomáticos extranjeros y de organizaciones humanitarias.Rusia quiere capitalizar el compromiso como un éxito histórico de su diplomacia pero, antes de cantar victoria, habrá que ver si las promesas de Milosevic se plasman sobre el terreno y, sobre todo, en qué queda la más vaga de todas ellas. Occidente exigía la retirada inmediata de tropas para que se desvaneciera la amenaza de una masiva acción bélica como la que logró detener la sangría de Bosnia.

La táctica de Yeltsin y de su ministro de Exteriores, Yevgueni Primakov, consiste en marcar diferencias respecto a los otros socios del Grupo de Contacto, del que también forman parte Estados Unidos, el Reino Unido, Francia, Alemania e Italia. Mientras estos amenazan con sanciones y una intervención militar contundente, Rusia rechaza las primeras y condena incluso las maniobras de advertencia efectuadas el lunes por aviones de la OTAN (incluidos nueve españoles) cerca de las fronteras de Macedonia y Albania con Kosovo.

Moscú sigue insistiendo, casi en solitario, en que un ataque contra Yugoslavia exigiría una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU, en el que el país heredero de la antigua Unión Soviética tiene derecho de veto.

Milosevic no tenía ayer la expresión de quien ha sido vencido o humillado, sino de alguien que ha logrado salvar la cara y que ha defendido bien sus intereses. La declaración conjunta se inicia con el reconocimiento de los dos presidentes de la «necesidad de conservar la integridad territorial y el respeto a la soberanía de Yugoslavia» y con la condena de «cualquier forma de terrorismo, separatismo y actividades militares que afecten a la población civil».

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En palabras de Primakov, «la pelota está ahora en el campo de los albaneses de Kosovo», ya que el acuerdo ofrece una «oportunidad realista para una solución pacífica». La independencia, por supuesto, está excluida por Belgrado, que sigue considerando a Kosovo, pese a estar poblada mayoritariamente por albaneses musulmanes, como la cuna de la patria serbia. Queda abierta la puerta, sin embargo, a la negociación de un nuevo estatuto de autonomía con el moderado líder kosovar, Ibrahim Rugova. Algo que quedará muy lejos de las aspiraciones independentistas del Ejército de Liberación de Kosovo, que protagoniza la resistencia contra la máquina militar serbia y al que se refiere Milosevic (y también Yeltsin) cuando habla de «terroristas».

Será difícil

Aunque no es fácil creer que el líder yugoslavo se acueste como halcón y se levante como paloma, lo cierto es que ayer jugó este último papel y que, por grandes que sean las reservas de Occidente, no será fácil en estas condiciones mantener en pie la amenaza de intervención militar. Milosevic aceptó, por ejemplo, el regreso sin restricciones de «todos los refugiados y personas desplazadas», de acuerdo con los programas de la Cruz Roja y del Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados. Incluso prometió ayuda estatal para la reconstrucción de las viviendas afectadas por los enfrentamientos.Se calcula que unas 65.000 personas han tenido que abandonar sus hogares en los últimos meses, pero Milosevic, en una de sus escasas apariciones ante los periodistas, negó ayer que se haya producido una limpieza étnica.

«De acuerdo a lo declarado por las fuerzas de seguridad», señaló, «no ha habido víctimas civiles». Esta muestra de hipocresía, una falsedad que contrasta con las atroces imágenes de decenas de mujeres y niños asesinados que han dado la vuelta al mundo, mostraron por un momento al mismo Milosevic que será juzgado por la historia como uno de los principales culpables del horror de Bosnia.

Un Yeltsin pletórico aseguró: «La tarea que nos habíamos propuesto ha sido concluida con éxito». También recordó que «Rusia y Yugoslavia son Estados eslavos y amigos». Le faltó decir «aliados». Pero Rusia no puede permitirse llegar a tanto, a costa de romper abiertamente con la línea defendida por Occidente, cuando depende de la ayuda de éste para superar una crisis económica que amenaza directamente incluso a la estabilidad política del sistema y del propio líder del Kremlin.

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