Expectación injustificada

El estreno de Luna de José María Cano había levantado una polvareda de críticas y polémicas que la música ha venido a disipar con la fuerza de la evidencia. Luna ni es tan abominable como sus detractores anunciaban, ni tan genial como nos había vendido una mercadotecnia que para sí habría querido un don Manuel de Falla.Cano ha apostado en esta obra por el caballo ganador. Melodías pegadizas, ritmos con sabor a españolada y armonías de andar por casa, de esas que subyugan a las señoras de bien. Añádase una orquestación sobrecargada y una recurrencia a lugares comunes propios de un músico de revista de finales del diecinueve. Cosas como el Pasodoble de la luna, que interpreta Plácido Domingo, suenan a naftalina rancia. En cambio, la escena del conjuro combina elementos armónicos tan dispares que uno se pregunta si la música ha salido de la misma pluma que el resto de los fragmentos escuchados anoche en Valencia.

Pues de fragmentos, inconexos entre sí y carentes de un hilo dramático conductor, se nutrió este supuesto estreno de Luna. Ya parece chocante que el programa del concierto agrupase los extractos de la partitura sin observar un orden de continuidad en el argumento, como si en realidad lo que se estrenaba fuera un anticipo de una obra en proceso de composición. Cano sostiene que la partitura está concluida y, desde tal afirmación, cabe preguntarse por la necesidad o la urgencia de esta presentación fragmentaria de la misma. La única explicación plausible -polémicas aparte- sería la oportunidad de compactar en un acto previo al estreno definitivo las secuencias musicales con mayor gancho popular.

Indudablemente, la presencia de un reparto insuperable, con Plácido Domingo, Ainoha Arteta, Agnes Baltsa y María José Martos, ha contribuido a que el acto de anoche obtuviera una respuesta tan calurosa por parte del público que llenó hasta la bandera el Palau de la Música de Valencia. La Orquesta Sinfónica de la Comunidad Valenciana fue un plus añadido. Yves Abel, a pesar de la brevedad de los ensayos, logró un estupendo rendimiento de la orquesta. El Coro de Valencia cumplió su parte con gran dignidad.

Esta ópera de Cano, que algunos prefieren calificar como un musical , merece sin duda un análisis más detallado, que sólo a partir de una representación escénica podría acometerse con un mínimo de objetividad. El producto escuchado ayer sólo autoriza a pensar que el popular autor José María Cano, excelente oyente de la música clásica española del siglo XX, posee una inventiva melódica quizá demasiado contaminada por los guiños a épocas y estilos pretéritos. Sobre tal caldo de cultivo, y con la ayuda de una gran intuición de la mercadotecnia, ha sabido construir lo que nuestro público español necesitaba oir para convencerse de que la cultura musical está al alcance de cualquiera. Quizá la música contemporánea va a contracorriente de esos gustos. Pues bien: he aquí una música que se va a vender y exportar como símbolo de una cultura popular, muy acorde con los signos de los tiempos.