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Tribuna
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Nacional-futbolismo

Enrique Gil Calvo

El que las competiciones deportivas entre las selecciones nacionales sean sublimaciones metafóricas de los enfrentamientos bélicos entre los Estados resulta un lugar común, casi evidente por sí mismo. Pues si la guerra es la continuación de la política por otros medios, también el fútbol es una continuación política de la rivalidad entre las naciones acometida por medios incruentos. De ahí la épica marcial de los comentaristas futbolísticos, que cantan las gestas heroicas donde se celebra el ardor del defensor, la destreza del ariete y las hazañas corales de las escuadras en liza, enfrentadas sobre la arena del teatro de las operaciones. Todo ello celebrado ante los ojos codiciosos de un público de entusiastas espectadores que participan vicariamente del agonismo del encuentro, al sentirse representados por unos jugadores que encarnan la singularidad de su agregación comunitaria. Y ello mucho más en estos tiempos de globalización económica y mundialización de los mercados, que es cuando la identidad colectiva de la nación-Estado está comenzando tanto a disgregarse hacia dentro en un estallido de identidades locales o periféricas como a disolverse hacia fuera en grandes estructuras multilaterales de integración supraestatal. Y como reacción a tales procesos que amenazan con desmentir y anular las frágiles identidades nacionales resurgen por doquier las manifestaciones simbólicas y emocionales que intentan reconstruir un nacionalismo tan precario como efímero y contingente.Pues bien, una de las liturgias más eficaces para apuntalar el desfalleciente nacionalismo es el ritual del fútbol-espectáculo, sobre todo si se celebra como estos días sobre el altar mayor de la aldea global, en una parada cosmopolita donde se exhiben las escuadras nacionales revestidas con todas sus galas. Y sobre el escenario todos se contagian la misma rivalidad patriotera, destilándola a través de las pantallas universales hasta inocularla en cada uno de los hogares, donde se reproduce la familiar ilusión de una mítica identidad nacional. Esto sucede hasta en España: el único Estado europeo que por diversas causas fracasó en un intento de construir una identidad nacional. Las demás sociedades disponen de un repertorio completo de símbolos emocionantes (la bandera, el himno y demás emblemas de la patria), investidos de sagrada autoridad moral, que les permiten sentirse orgullosos de su identidad nacional. Y para esas otras sociedades, el fútbol, encarnado en su selección nacional, no es más que una pieza entre otras, dentro de la variada panoplia de su cultura patriótica.

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Pues bien, como España carece de cultura nacional, la selección de fútbol constituye casi el único símbolo (junto con los demás equipos olímpicos) capaz de expresar la común identidad colectiva, embargando de emoción a los ciudadanos al hacerles sentirse miembros de la misma colectividad. Por eso es tan importante el fútbol en España, pues, sin fe ni amor a la patria, sólo la fe en el fútbol y el amor a la selección permite sentirse orgulloso de ser español.

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