Kike Salas, amigo de sus amigos
Son infinitos los casos de futbolistas infractores, defraudadores o incluso maltratadores que han sido absueltos por su propia hinchada para que sigan corriendo sobre el césped de su casa
Le pidieron definirse a sí mismo en dos palabras y eligió siete. Primero dijo, “amigo de mis amigos”. Le corrigieron: solo valían adjetivos sueltos. “Trabajador y responsable”, contestó. El puesto era suyo. Con una presentación así, los responsables de recursos humanos de la Casa del Libro tuvieron claro al instante que aquel era el chico que necesitaban para la vacante que tenían en la zona de narrativa, poesía y teatro en la sucursal que había frente a Cortilandia. Aquel muchacho de 21 años, para ganarse el respeto de sus compañeros y amigos, pronto empezó a idear una estrategia que él consideraba de una generosidad categórica, algo por lo que en algún momento de la vida como este, sería recordado.
Como por arte de magia, antes del cierre de la librería, se le empezó a colar de vez en cuando en el bolsillo del abrigo algún pequeño ejemplar de Miguel Hernández, un volumen tamaño bolsillo de Virgilio o la última novela de Almudena Grandes. Al aparecer por el pasillo de casa, el joven dejaba los libros sobre la mesa del salón. “Uno para cada uno”, anunciaba. Aquello fue durante varias semanas una fiesta de la literatura. El joven empezó a hacer listas de lo que le tocaba robar cada día para satisfacer las peticiones de propios y extraños. Fue despedido a los dos meses cuando ya había conseguido casi llenar la estantería de la habitación. Tuvo el coraje de mostrar su disconformidad con la decisión de la empresa y nunca llegó a entenderlo. “Ya os lo avisé”, debió pensar. “Amigo de mis amigos, trabajador y responsable”, por ese orden.
Supe quién era Kike Salas un día antes de ser detenido por forzar tarjetas amarillas para apuestas ilegales al encontrarme un cromo suyo en la encimera, en casa de mi hermano pequeño. Del bueno de Salas, lo que más me sorprende no es tanto que se dejara engatusar presuntamente por el poder del dinero, eso ya tiene un nombre: codicia. Lo suyo parece haber sido diferente. Lucrar a tus amigos con 9.000 euros poniendo en juego tu carrera profesional es algo que todavía no tiene definición en la RAE. Kike Salas podría haber donado de su bolsillo esos 9.000 euros si hubiera querido, pero hacerlo robando, como aquel que dice, debe tener “un sabor especial”.
Al instante de conocerse la noticia, un compañero y ferviente sevillista me sorprendió por su contundencia y firmeza en el caso Kike Salas. “No puede jugar más”, aseguraba mientras reconocía su presunción de inocencia. “Hay periodistas o aficionados que dicen que tampoco es para tanto, que era poco dinero”, comentaba. “El caso no debería ser ese, el caso es que ningún aficionado que se precie puede sentirse representado por alguien que ha jugado contra los intereses de su equipo y manchado los valores del deporte. Da lo mismo un euro que un millón”, sostenía.
La verdad perfecta en el fútbol, por desgracia, solo es una: la que cae del lado de tus colores. Además del manido maltrato arbitral que cualquier club padece por encima del resto, son muchas las hipocresías que cualquier hincha lleva consigo bajo la defensa a ultranza de los suyos. Por eso son infinitos los casos de futbolistas infractores, defraudadores o incluso maltratadores que han sido absueltos por su propia hinchada para que sigan corriendo sobre el césped de su casa. Cabría preguntarse si en medio de tanto algoritmo susurrando al oído lo que uno quiere escuchar, en medio de tanta bandera y de tanto bando, podríamos ser capaces de reconocer entre los nuestros al racista, al tramposo, al maleducado o al ladrón sin que eso te convierta en un desertor.
García Pimienta explicó sin pudor en rueda de prensa el pasado viernes que, después de una pequeña lesión, Kike había hecho un entreno sin problemas. Y añadía: “Si tiene que jugar va a jugar. El jugador está muy bien”. Disputó 15 minutos, dio nueve toques, hizo dos despejes y se marchó del campo sin tarjeta amarilla para pena de algún ávaro camarada.
Aquel viejo amigo, por su parte, abandonó la casa no por ladrón, sino porque comprobó que ninguno de los compañeros de piso para los que robaba había leído ninguno de sus libros. Aunque eso sí, igual que los de Kike, se los quedaron.
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