Negación
Si el hombre de Cro-Magnon le hubiera dicho a su hijo: no me gusta que salgas de noche, a las nueve te quiero en casa, y el hijo del Cro-Magnon hubiera obedecido a su padre, hoy estaríamos todavía en la edad de las cavernas. El progreso de la humanidad se debe a la insubordinación. También la evolución desde el átomo hasta la última complejidad de la materia hay que atribuirla a la indisciplina de ciertas partículas que en un momento determinado mutaron rompiendo las normas. El desarrollo espiritual de una persona se funda igualmente en ese instante estelar en que por primera vez pronunció la palabra no y supo imponerla al padre, al maestro, al jefe. Cuando uno dice no, experimenta la sensación de un nudo interior que se desata. En cambio, al decir sí siempre te sientes en cierto modo atrapado. La negación pudo ser el primer bálsamo que el alma humana confundiera con la libertad. El hijo del Cro-Magnon, al regresar de madrugada a la cueva, había tenido la noche entera a su disposición para explorarla. Arriba en la oscuridad había constelaciones y se puso a enumerarlas; abajo había tantas fieras insomnes como estrellas y comenzó a aprender de ellas. La historia de la humanidad se compone de las sucesivas herejías, heterodoxias, rebeldías, vanguardias y manzanas envenenadas que lentamente han sido digeridas, asimiladas, convertidas en iglesias y academias. Desde sus púlpitos y tarimas nos amenazan, nos adoctrinan. Tal vez un primate vestido con túnica, después de coronarse a sí mismo con cuernos de oro, mandó a sus hijos que no comieran el fruto del árbol prohibido. Si Adán y Eva, una pareja de monos keniatas, no hubieran desobedecido aquella orden, aún estaríamos en el paraíso jugando con unos cocos. Probablemente, Lucifer fue en principio un átomo inconformista que se rebeló en el fondo de la materia y después no cesó de evolucionar hasta convertirse en un escritor que no quería salvar el mundo. Fue el primer espíritu del no. Muchos lo confunden con la cabeza de una serpiente.
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