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FERIA DE SAN ISIDRO

Liria, herido en la cabeza de pronóstico reservado

«Una brecha de un palmo». Antes de que el parte médico colgara en la antesala de la enfermería, ésta era la primera información que ofrecía el apoderado de Pepín Liria, Rafael Moreno. En su cara lívida se podía leer el resto de las precisiones. Poco a poco, representantes de las distintas cuadrillas entraban y salían portando en la palma de la mano la información pertinente. «Así es la herida», decía uno de ellos con la mano extendida. Entre el meñique y el pulgar se encontraban los datos medidos de la caída.

«Puntazo corrido en cara exterior del muslo derecho con probable rotura de la aponeurosis»; contradiciendo las primeras impresiones, hubo herida en la pierna. Lo peor, sin embargo, se leía a continuación: «Scalp de 15 centímetros de extensión de cuero cabelludo. Conmoción cerebral. Pronóstico reservado que le impide continuar la lidia». Acto seguido se le trasladaba a la clínica La Fraternidad. En el breve espacio que separa la puerta de la enfermería del portón de la ambulancia, Pepín Liría aparecía con la cabeza vendada, incapaz de reaccionar ante las palabras de ánimo de los allí congregados. Por último, las noticias tranquilizadoras. Un escáner y unas radiografías señalaban que «todo está muy limpio», en palabras de María José, la mujer del diestro. El resto, 24 horas de observación y «un fuerte dolor de cabeza, casi 20 puntos... pero pronto en casa», decía María José ya tranquila y retenida en casa con ocho meses de embarazo.

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El tercer toro

La primera reacción llegó a los tendidos en cuanto el cuerpo del murciano se desplomó contra el albero. «Esa caída es fatal», fue la frase más escuchada. Poco después corría turno y Manuel Caballero se afanaba con el cárdeno de nombre Bolichero , el tercer toro . Entre la gente, los comentarios se ocupaban aún del herido. Los pocos transistores ayudados por los altavoces de sus portadores iban quitando hierro a la tragedia. «Parece que no tiene cornada», insistían.Pepín Liria, poco después de levantarse del suelo, se echó las manos a la cabeza. Mientras, en las puertas de la enfermería, más rumores. Carlos Casanova, que venía de llevarse una ovación cerrada en banderillas, corría presuroso por los pasillos. «¿Qué lleva?», repetía sin atender a las respuestas tranquilizadoras.

Al final, una vez en la ambulancia, quedaba la frase «pronóstico reservado», ahora ya mucho menos enigmática. Fuera de los pasillos de la plaza, la otra cara. Manuel Caballero era aclamado . El ganadero Victorino Martín, obligado a saludar desde el tendido. «Ha sido una tarde importantísima. La más completa que he tenido. Antepongo lo que he hecho a salir por la puerta grande. Hoy, me he convertido en un aficionado más. Ha vibrado la tarde. Esto es lo que debe ser el toreo. Mejor una corrida así que 60 de las otras». El que habla atropellado y feliz es Caballero.

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