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CATÁSTROFE FERROVIARIA

Incredulidad entre la opinión pública

Pilar Bonet

No puede ser que algo tan terrible nos haya ocurrido precisamente a nosotros. Ésta es la idea que, una y otra vez, expresada en distintas formas, se repite en las cadenas de televisión que informan exhaustivamente sobre el accidente desde el escenario de la catástrofe. Supervivientes, testigos, periodistas, miembros de los equipos de salvamento y de apoyo moral a las familias de las víctimas repiten esta idea, como si una catástrofe fuera algo incompatible con un pueblo tan organizado y tan consciente de los riesgos como el alemán.Visto desde Alemania, el horror de cuerpos aplastados y mutilados, de miembros humanos dispersos y niños ensangrentados forma parte de un paisaje lejano y exótico, de un escenario que puede ser Afganistán, India o Chechenia, pero no de un suceso que deba ser aceptado como parte de la vida de un país que se jacta de preverlo todo, de evitar al máximo los riesgos hasta el punto de creer que goza de una protección infalible contra el destino.

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Las cadenas de televisión ahorran al público las imágenes más siniestras, las que son familiares para todo corresponsal de guerra o periodista que se haya desplazado a siniestros de gran envergadura. Los cadáveres aparecen en pantalla envueltos en sus mortajas, y el tamaño de éstas indican si se trata de niños o adultos. Entre el accidente y el público hay un velo de pudor y en el escenario de la tragedia numerosos psicólogos, sacerdotes, especialistas en consuelos espirituales de todo tipo, que tratan de explicar a los consternados parientes y supervivientes que el cálculo fatal de probabilidades también afecta a las maravillas de la tecnología.

En Alemania, a diferencia de Afganistán o Chechenia, los traumas psicológicos se toman en serio y, por eso, las cadenas de televisión comentaban ayer la terrible carga moral que deberá afrontar, tanto si es culpable como si no, el maquinista del tren, que resultó ileso. Para ilustrarlo, un maquinista de otro tren accidentado anteriormente relataba cómo tuvo que someterse a una terapia de grupo y cómo se vio obligado a cambiar de profesión.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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