«Lo extraño es que aún haya gente viva»
«Mi primer impulso fue meterme en el coche y desaparecer». Así resumía el fotógrafo Joachim Gries, uno de los testigos presenciales del accidente, la primera impresión que tuvo al llegar, con su cámara y su teléfono móvil, al lugar del accidente, un paisaje de hierros retorcidos, cuerpos destrozados y equipajes diseminados por doquier, donde los heridos gemían y pedían socorro desgarradoramente. El segundo impulso de Gries, como el de muchos de los habitantes del pueblecito de Eschede, en el norte de Alemania, fue ponerse manos a la obra e intentar salvar a quien todavía podía salvarse.
«Lo extraño es que haya quedado gente viva», decía uno de los supervivientes del accidente, un hombre delgado de cabello cano, que había salido ileso de la catástrofe y que mostraba una sorprendente calma.La tragedia puede agravarse todavía más si se confirma que los dos vagones aplastados por el puente derrumbado pueden estar repletos de niños. Los indicios -una gran cantidad de pequeñas mochilas esparcidas por los alrededores- apuntan en esa dirección.
Los heridos, que en parte fueron atendidos sobre el terreno, fueron repartidos por un gran número de clínicas en un amplio territorio que abarcaba varias Estados federales. Los más graves fueron tratados en el hospital de Celle, que era el más importante en las cercanías. Los trabajos médicos más duros, los que implicaban amputar miembros y atender a casos desesperados de personas que a veces tenían el cráneo destrozado, y en muchos casos habían sido deformados hasta lo irreconocible, recayeron sobre la clínica de la facultad de Medicina de Hannover. Los llamamientos a la población para que donara sangre obtuvieron una masiva respuesta de solidaridad.
Entre quien se paseaba entre los vagones aplastados tratando de infundir confianza a los que esperaban su rescate entre los hierros destrozados estaba el pastor Helmut Sdrojek, que trabaja con los bomberos. «He hablado con más de 20 personas, algunas de las cuales eran incapaces de soportar lo que vieron. Algunos contaban cómo sacaron cuerpos mutilados e irreconocibles sin saber qué hacer», contaba Sdrojek, a la agencia Reuters. «He hablado con una chica de 15 años, que subrevivió, pero que tenía miedo a no volver a ver a su madre», manifestó el pastor. En la camioneta que servía de refugio al pastor, una mujer fumaba y lloraba silenciosamente. Había venido desde Hamburgo en busca de sus parientes.
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