Secuestro
Estaba en su silla de ruedas bebiendo el sol de mayo con avidez y me detuve a hablar con ella. Hacía muchísimos meses que no la veía, pero, por su aspecto, me pareció que había recuperado energías y ganas de vivir. Me confirmó que, en efecto, con algo de suerte, quizá dentro de poco consiga instalarse en el campo y abandonar la portería, un sótano sin luz del que rara vez puede escapar.Tres años atrás, un muchacho de 24 años con más de 50 condenas en su historial se lanzó sobre ella a 200 por hora en un BMW robado, con el que trataba de escapar a la policía. Estaba disfrutando de un permiso por buena conducta. Él se mató y ella quedó clavada para siempre en una silla de ruedas y sepultada en su sótano. Nadie quiso responsabilizarse del accidente, pero ella no se amilanó y comenzó a luchar para que alguien la ayudara a sobreponerse y a sobrevivir. Hace tres años que la Administración del Estado le regatea cantidades, aplaza decisiones, retrasa juicios, apela sentencias y la trata como si fuera una estafadora. Tres años lleva metida en su sótano, del que sólo puede emerger cuando tres forzudos la suben a brazo por la estrecha escalera hasta la puerta.
Dios, en su infinita misericordia, sin duda habrá perdonado al muchacho que eligió un modo tan imbécil de morir; seguramente también perdonará al juez que lo envió a la muerte creyendo que lo enviaba a la libertad. Pero confío en que tanta bondad no sea pura indiferencia y en consecuencia condene a achicharrarse eternamente a los altos funcionarios de la Administración española que han tenido secuestrada en un sótano a mi amiga durante tres años. O sea, muchísimo más tiempo que a Segundo Marey, en cuyo secuestro otros altos funcionarios de la Administración española invirtieron 25 millones de pesetas.
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