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Crítica:CANTO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

En tono confidencial

En uno de sus libros sobre Schubert, el gran barítono alemán Dietrich Fischer-Dieskau reflexionaba sobre los «graves problemas» que surgen por la ocasional necesidad de «transponer» La bella molinera a tesituras distintas de la original, y afirmaba que el «efecto más bonito» de este ciclo de canciones se consigue en el «registro de tenor para el que está concebido». Viniendo estas consideraciones de uno de los grandes intérpretes históricos de este ciclo, se pueden imaginar el reto que suponía la apuesta de Barbara Hendricks, una de las escasas voces femeninas que se han atrevido a meterse en esta obra tan particular en la elección del color, en el espíritu de recuperación de la canción popular alemana y en una línea de canto de extrema naturalidad.Los textos de Müller a los que Schubert puso música representan a la perfección el clima del incipiente romanticismo de la época y están salpicados con toques de ingenuidad sentimental y hasta de cierto fatalismo en su espontaneidad. A Barbara Hendricks, soprano que despierta siempre enormes simpatías, le costó entrar en la sustancia del género. Los cantos estróficos eran expuestos con excesiva rigidez y simplismo, incomprensiblemente cometía más de un fallo en la pronunciación del alemán, y la utilización del vibrato no favorecía en todas las ocasiones la cálida sencillez de la palabra cantada. Hubo que esperar hasta el lied número 10, Tränenregen, para escuchar el primer momento de una plenitud que alcanzó su máxima intensidad en el número 16, Die liebe Farbe.

La bella molinera De Franz Schubert con textos de Wilhelm Müller

Soprano: Barbara Hendricks. Piano: Staffan Scheja. Cuarto ciclo de Lied. Fundación Caja de Madrid-Teatro de la Zarzuela, 27 de mayo.

¿A qué se debían estos instantes tan emotivos en un desarrollo tan heterodoxamente distante? Seguramente, a que la cantante de Arkansas proyectó esos lieder desde la confidencia. Con ello su gran gusto melódico y su instinto sensible encontraban una complicidad desde la intimidad del sentimiento.

Fueron momentos contados, pero gracias a ellos se dibujaban con precisión las intenciones de esta artista a la hora de enfrentarse a Schubert. Hendricks decía ayer mismo en este periódico que «se puede ser auténtico sin ser totalmente fiel», y no le falta razón, pero el canto no es solamente cuestión de autenticidades sino que renueva su grandeza con la transmisión de emociones de la palabra hecha música, y en eso Hendricks, cantante de matices, estuvo demasiado previsible, excepto cuando administraba con libertad sus recursos, como se pudo comprobar en un Ave María en clave de plegaria, ofrecido como quinta propina, que desembocó a continuación en un espiritual negro, que, a pesar de algunas limitaciones técnicas, dejaba en el aire la evidencia de unas raíces y la emoción del canto popular puro.

Acompañó al piano con gran corrección Staffan Scheja. Se podría decir, como un elogio, que pasó desapercibido. Siempre atento a las oscilaciones de la cantante, dio lo mejor de sí mismo cuando la soprano estaba más metida en el recital. La compenetración era evidente.

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