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AULAS

Profesores ponen en marcha un proyecto para aliviar sus problemas apoyándose entre ellos

Carmen Morán Breña

La inclusión en una misma clase de alumnos con distintas necesidades educativas corre el riesgo de convertirse en una coctelera de inteligencias a distintos ritmos y de convivencia indigesta. Un solo rasero puede ser fruto de desigualdades profundas que provocan necesidades en el alumnado que, en definitiva, son necesidades del profesorado. El Grupo Idea del departamento de Didáctica y Organización Escolar de la Universidad de Sevilla ha dado con una fórmula que viene a aliviar en parte las tensiones que surgen a diario en las escuelas. El proyecto dirigido por Ángeles Parrilla que convertirá en una tesis Carmen Gallego, una de las colaboradoras, se ha ensayado con éxito durante dos años en cuatro colegios de Sevilla y en la actualidad se ha extendido a otros ocho. Parrilla estudió en Inglaterra un método parecido que en los colegios andaluces ha adoptado características particulares. Consiste en formar grupos de tres profesores voluntarios por cada centro, uno de apoyo a la integración y dos tutores, que dedicarán parte de su tiempo a atender las necesidades y los problemas que les surjan a sus compañeros. Esta idea, pionera en España, se ha gestado, de la mano de los asesores de la Universidad, en el Centro de Formación de Profesores de Alcalá (Sevilla), donde se ha inculcado en los primeros voluntarios toda una filosofía del diálogo, el compañerismo y la voluntad de que las cosas vayan mejor. En principio, la administración aporta profesores de apoyo especializados que trabajan unos en el propio centro y otros sólo cuando el colegio reclama una solución para algún problema específico. La idea de los GAEP (Grupos de apoyo entre profesores) es que hay que intentar modificar lo que va mal desde dentro porque nadie mejor que los profesores saben los problemas que surgen de la diversidad del alumnado. Los GAEP no ofrecen la receta al problema planteado, se limitan a hacer un diagnóstico que surge tras horas de intercambio de experiencias en las que interviene el profesor afectado como si fuera uno más. Cuidan hasta el más mínimo detalle para que los cuartos que habilitan para estas peculiares consultas no se conviertan en el escenario de un juicio supremo, sino más bien en una mesa de bar donde departir amistosamente y buscar caminos que faciliten la tarea diaria. Después mezclan reflexiones, entresacan sugerencias y seleccionan iniciativas que se ponen en marcha. Levantan acta de todo lo hablado y se citan para una futura reunión donde analizarán si las proposiciones dieron fruto o hay que volver a empezar utilizando otras vías. Los resultados están siendo exitosos. En los colegios donde se ha puesto en práctica (este año la experiencia se ha extendido a Secundaria) el ánimo de los profesores no deja lugar a dudas. La colaboración ha sido intensa y el ambiente en los centros comienza a cambiar. Cualquier cuestión es digna de considerarse: problemas de convivencia, de disciplina, entre compañeros, de clima en el centro y, sobre todo, de atención a la diversidad. Dicen que hay que cambiar el lema. Ya no se puede meter a 20 chicos en una clase y decir que todos son iguales. Hay que partir de lo contrario: todos son distintos y necesitan un trato diferenciado e integrador a la vez. Los miembros de estos grupos de apoyo irán rotando cada año para que nadie se convierta en un experto, en un profesional de la solución. No consiste en mandar al niño al profesor especialista sino en que el profesor forme parte del problema y de su solución porque, "el apoyo debe centrarse en la escuela y no en el niño y para entender la diversidad tienen que colaborar todos los que trabajan en distintos campos y sumar experiencias", explica Parrilla. "Pero ojo, nadie ofrece una solución, sino encarrilar el problema", añade. En julio sacarán un libro, escrito por los protagonistas de esta experiencia, que servirá para los que quieran apuntarse a esta terapia de grupo que está dando remedios colectivos. Parrilla advierte que el método no funciona en todos los centros. "Sólo es efectivo en aquellos que tengan una cultura de la colaboración y de la comunicación".

Cada maestrillo presta su librillo

Loly se acercó al Grupo de Apoyo (GAEP) porque en su clase había muchos niños, con necesidades educativas distintas y con desigual ritmo de aprendizaje. Un caso de atención a la diversidad. Expuso su problema: "¿Cómo organizo mi clase para atender a todos por igual respetando sus diferencias?" El GAEP se reúne y ponen en marcha la maquinaria de las experiencias. Dialogan entre ellos. Todos saben de qué se está hablando. Al cabo, surgen las estrategias a seguir. De todas las opciones eligen dividir la clase en dos grupos sólo en algunos momentos y en determinadas tareas. Con uno trabajará Loly y con el otro el profesor de apoyo. Los que aprenden a un ritmo más lento será el grupo menos numeroso. De esta manera se consigue que no se desconecten de la clase y que reciban el empujón suficiente para llegar al nivel del resto e incluso ¡para superarlo! Al cabo de unos meses, los resultados. Pero antes ha surgido una reflexión: es necesario dejar de hablar de la clase como una unidad de espacio y tiempo para no facilitar la desintegración de la misma cuando se divide en grupos. "Era increíble ver las caras de satisfacción de los niños cuando se incorporaban a la clase con los trabajos ya hechos al mismo tiempo que los demás. Hemos conseguido que los niños no se sientan torpes. El fracaso escolar lo atacaremos por ahí", dice Loly. Más conclusiones: se ha relajado el ambiente porque todo el mundo está atendido al mismo tiempo; los alumnos están motivados y contentos; han recuperado la autoestima. "Siempre recordaré sus manos saltando para decir que ya lo sabían, ellos que antes eran más lentos". Así pues: la coordinación entre profesores es la clave y Loly está "muy satisfecha". Con la filosofía de los Grupos de apoyo entre profesores el refrán de que cada maestrillo tiene su librillo ha pasado a mejor vida. Ahora lo que toca es poner en común las experiencias y crear un clima de convivencia en el que el simple hecho de exponer el problema sirva de terapia y la solución, un remedio a compartir para mejorar.

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Sobre la firma

Carmen Morán Breña
Trabaja en EL PAÍS desde 1997 donde ha sido jefa de sección en Sociedad, Nacional y Cultura. Ha tratado a fondo temas de educación, asuntos sociales e igualdad. Ahora se desempeña como reportera en México.

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