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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Almeida, por los pelos

L AS VOTACIONES sirven para zanjar desacuerdos, pero las que ayer cerraron el pleito que ha dividido estos días a los socialistas madrileños deja un paisaje algo confuso. La candidatura de Cristina Almeida ha sido ratificada por un estrecho margen (52% a favor, 47% en contra) y la iniciativa, planteada por la dirección de la Federación Socialista Madrileña (FSM) como germen de un movimiento unitario de la izquierda, nace con el evidente lastre de una votación negativa muy considerable. Pero la propuesta ha salido adelante con el sí de la mayoría y es obligación de quienes han perdido reconocer su derrota y poner todas sus fuerzas a disposición de la ganadora. Es la única manera de acabar con esos efectos negativos que han sido, no hay que olvidarlo, producto de errores evitables.Sobre todo, faltó previsión. ¿Cómo es posible que el muy detallado reglamento de elecciones primarias olvide la hipótesis, nada excepcional, de una candidatura encabezada por un miembro de otro partido coaligado para la ocasión? Y una vez iniciadas las negociaciones, ¿cómo se explica que nadie previera algún mecanismo para solventar la evidente contradicción entre la fórmula Almeida y el principio de elecciones primarias? ¿Cómo quieren que no surjan interpretaciones maliciosas, como esa de que la dirección de la FSM recurrió a una candidata de fuera del partido precisamente para evitarse una probable derrota en las primarias?

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La discusión ha resultado bastante penosa. La victoria de Borrell abrió la perspectiva de un congreso extraordinario, y Guerra vio ahí una segunda oportunidad: poniendo al servicio del nuevo líder, aislado dentro del partido, ese 30%-35% de fieles que el ex vicesecretario asegura conservar. Un congreso ahora perjudicaría seguramente las expectativas abiertas por el efecto Borrell; pero para evitar ese congreso, que Rodríguez Ybarra, por ejemplo, sigue reclamando, sería necesario fijar claramente los papeles de cada cual.

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No es imprescindible que Almunia y Borrell congenien personalmente siempre que existan unas reglas del juego claras (y voluntad de aplicarlas). De momento es un pésimo indicio que el nuevo líder público del partido se enterase de lo de Almeida cuando el acuerdo ya estaba cerrado. Pero tampoco parece muy acertada la última posición pública de Borrell, abogando por una surrealista equidistancia primarias sí, primarias no, que no hacía sino reforzar la posición de los críticos.

Está bien que todos los participantes en la discusión reafirmaran su acatamiento de la votación, y tiene razón Borrell al considerar que en política las votaciones están para superar las divergencias. Sería bueno que las felicitaciones tuvieran traducción práctica y se convirtieran en apoyo leal de todos los sectores a la candidata Almeida. Si, pese a lo bien que va la economía, las encuestas indican que el PP podría perder las próximas elecciones es sobre todo por la irritación que suscita su estilo sectario. Pero si la gente comprueba que el mismo sectarismo impide a los dirigentes del PSOE ponerse de acuerdo entre ellos, Aznar podrá cumplir su promesa de no gobernar más de ocho años. Pero ni uno menos.

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