Eugenio de Mora, por la puerta grande
Eugenio de Mora cortó dos orejas y salió por la puerta grande después de un faenón en el que se emborrachó de torear. Es el primer diestro que sale por la puerta grande en la feria. A la 19ª fue la vencida.El toro con el que se emborrachó de torear Eugenio de Mora no era tal toro, si bien se mira: era el carretón. Lo trajeron de sustituto y llevaba el trapío justito. De fuerzas andaba escaso y hasta pudo apreciársele una penosa invalidez. Al salir de un puyazo, el animalito basculó hacia los pitones, hubo de hincarlos en la arena y se pegó la gran costalada. De poco se desloma. Llegado el tercio de muleta, en cambio, aguantó el tipo hecho un tío y embistió humilladísimo con inagotable fijeza.
Río / Ortega, Cordobés, Mora Toros de Victoriano del Río (uno rechazado en el reconocimiento), cuatro sin trapío e inválidos, tres primeros aborregados; 4º, con cuajo, manejable
6º de Giménez Indarte, escaso trapío, inválido, pastueño. Ortega Cano: estocada trasera (palmas y pitos); pinchazo, media atravesadísima caída, rueda de peones y estocada corta atravesada trasera (pitos). El Cordobés: cuatro pinchazos y dos descabellos (silencio); estocada trasera desprendida (oreja protestadísima). Eugenio de Mora: pinchazo hondo, rueda de peones y descabello (escasa petición y vuelta con algunas protestas); estocada caída (dos orejas); salió por la puerta grande. Plaza de Las Ventas, 24 de mayo. 19ª corrida de abono. Lleno.
Empezó de rodillas Eugenio de Mora y enjaretó tres circulares ceñidísimos que pusieron al público en pie. Ya en los medios instrumentó tres tandas de redondos bien ligadas, irreprochables de largura y templanza, abrochadas con magníficos pases de pecho. Se echó la muleta a la izquierda y la calidad del toreo bajó de súbito hasta la mediocridad.
Rectificó rápido. Una de disimulo venía bien para que no se perdiera el aire triunfal de la faena. De nuevo los derechazos, Eugenio de Mora se gustó en ellos y sobre todo en unos ayudados por bajo a dos manos, extraordinarios de ajuste y hondura. Luego cobró la estocada, que resultó caída. Daba igual. Las dos orejas eran suyas. Las dos orejas le pertenecían por derecho propio.
Después de haber visto la oreja que el presidente -un ultraorejista militante, al parecer- le había regalado en el toro anterior a El Cordobés, a Eugenio de Mora debió darle tres orejas; acaso cuatro. El Cordobés había estado desastrado con ese toro, al que no templó los pases, ni los ligó tampoco, se pasó la faena rectificando precipitadamente los terrenos, sufrió dos desarmes. Mató de una estocada trasera. Y eso le valió una oreja. La protestaron gran parte de los aficionados y hubo gritos al presidente exigiéndole que abandonara el palco por su impresentable actuación. Pero qué más daba ya. Las orejas son en la fiesta de los toros como los goles en el fútbol. Una vez conseguidas, las reclamaciones al maestro armero.
La verdad es que la plaza estaba llena de isidros y a los isidros lo único que les importa del toro son las orejas. Si sale el toro y es una mona, y se cae, y tiene un comportamiento borreguil, mejor: más orejas podrán cortar los toreros. Muchas voces denunciaban el estado de la cuestión y los isidros la emprendían entonces contra quienes reclamaban aquello por lo que habían pagado; la presencia en el ruedo del toro de toda la vida, que es el auténtico.
Arreglados van. Ese toro ya no existe o lo tienen secuestrado. El toro que están sacando en la feria es la antítesis del toro; el de trapío nulo, el inválido y aborregado. El toro que le permitía a Ortega Cano ponerse farruco, alborotón a El Cordobés, hierático a Eugenio de Mora. En plena bronca, Ortega Cano salió a brindar al público un toro sin tipo, ni pitones, ni fuerza, obviamente identificado con quienes aplaudían y menospreciando la respetable opinión de quienes pitaban. Y además les hizo gestos despreciativos en el transcurso de la faena que, por cierto, desarrolló superficial y valió poco. Los aplausos que escuchó eran muestras de solidaridad de la facción isidra; sólo eso.
Le salió en segundo lugar a Ortega Cano un toro con hechuras y en cuanto lo sintió cerca las actitudes retadoras se le desvanecieron como por ensalmo. El toro pide bastante más que ademanes pintureros. El toro aquel pedía toreo y Ortega Cano pretendía dárselo con alivio de distancias, sin parar, ni templar, ni mandar. Le pitaron por su mala cabeza.
El cuarto fue el único con apariencia de toro de toda la corrida. Se explica que los isidros recelen de semejantes toros ya que no se dejan cortar fácilmente las orejas. Los borregos, en cambio, las ofrecen en bandeja. A veces son tan borregos -al estilo de los primeros de El Cordobés y de Eugenio de Mora- que cortárselas produce vergüenza ajena pues no dan ninguna emoción. Salvo que el torero tenga un arranque y se emborrache de torear. Como hizo Eugenio de Mora con el sexto, y así pudo tener la corrida un final apoteósico.
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