Las mismas respuestas a las mismas preguntas
"Las mismas respuestas de siempre a las mismas preguntas de siempre". Con estas palabras, el ministro de Economía francés, Dominique Strauss-Kahn, resumía el hastío y la escasa confianza con la que los responsables de Finanzas del G-7 (los siete países más ricos del mundo), reunidos hace apenas quince días en Londres, recibían los mensajes de Japón sobre la situación de la segunda economía nacional del mundo. Conforme avanzan los días, los pronósticos más sombríos sobre la coyuntura nipona se generalizan y se espesan.Japón parece estar a apenas diez minutos de reconocer de modo oficial estar en recesión. Los datos negativos se acumulan, y no sólo, o no especialmente, los macroeconómicos: el paro crece, el consumo se cae, los bancos o quiebran o anuncian pérdidas espectaculares difícilmente absorbibles sin la ayuda oficial, las ventas de coches disminuyen, la Bolsa y el yen se resienten, las inversiones del sector privado se detienen, aumentan las existencias de las empresas, las exportaciones tocan su techo, etcétera. Todavía hace pocos meses, 43 de las 71 grandes sociedades japonesas que figuraban en el índice Global 500 del Financial Times (entre las más importantes del mundo) desaparecían del mismo, y las restantes retrocedían en el ranking general. Tras 23 años de crecimiento ininterrumpido -aunque los últimos hayan sido más lentos-, Japón se dispone a entrar en la coyuntura más complicada desde que acabó la Segunda Guerra Mundial.
Ante esta situación se oyen voces pidiendo nuevos estímulos económicos y la bajada de tipos de interés. Pero el tipo de descuento se encuentra en un 0,5% y tiene escasísimo recorrido -el que le queda debería utilizarse en momentos aún más excepcionales, según los expertos-, y el último paquete reactivador (una reducción de impuestos y el incremento de la inversión pública, para inyectar en el sistema el equivalente a casi 19 billones de pesetas) está aún casi sin nacer. El experimento parece agotado y al Gobierno de Hashimoto no le va a quedar más remedio, seguramente, que tomar de una vez las soluciones quirúrgicas que le están demandando sus socios del G-7 y el Fondo Monetario Internacional para acometer las reformas estructurales permanentemente pendientes: la liberalización de la economía japonesa y la reestructuración dolorosa de su sistema financiero, oscuro y aquejado de una debilidad que casi nadie sabe medir en toda su extensión.
Un sistema financiero opaco, un régimen comercial semicerrado, una población envejecida, una corrupción a veces galopante, la hegemonía de la burocracia sobre la clase empresarial, etcétera, pintan un panorama oscuro en Japón, al que hay que añadir los problemas de la crisis del sureste asiático, zona que no sólo no acaba de estabilizarse, sino en la que hay países (Indonesia, Corea) cuya salida es una incógnita. Esta crisis ha alcanzado a Japón, pero el movimiento es de ida y vuelta: si Japón profundiza en la recesión, ésta apremiará aun más a los tigres asiáticos: Japón necesita del resto de Asia tanto como Asia precisa de Japón.
Una más que hipotética recesión japonesa concerniría al resto del planeta más que las dificultades de los tigres. El presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan, y el secretario del Tesoro, Robert Rubin, explicaron esta semana en la Cámara de Representantes que Estados Unidos empieza a notar, todavía con levedad, los efectos de la crisis asiática. La cosa se complicaría si Japón empeora; en este caso las primeras víctimas serían las economías asiáticas, pero a continuación la economía mundial.
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