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Reportaje:EUSKAL HERRIA ESCONDIDA

La perla de la Montaña Alavesa

En plena Montaña Alavesa, en lo que durante siglos fueron las lindes de los reinos de Castilla y Navarra, Antoñana se levanta como el arquetipo de aquel puñado de villas defensivas que el rey Sancho el Sabio fue asentando para consolidar sus incursiones en Álava. Como Antoñana, el visitante del sureste alavés puede encontrar Laguardia, Treviño, Bernedo o Labraza: todas ellas conservan restos de un pasado fortificado, pero quizás sea Antoñana la que mejor evoque, por su ubicación en medio del bosque y junto al camino que penetraba desde Estella en Álava, las escabechinas que mantuvieron los distintos ejércitos de los monarcas navarros y castellanos. La pertinencia del lugar geográfico donde se ubicó Antoñana viene ligada a su nombre, que certifica un origen cercano a la romanización. En este paraje debió estar la finca de un tal Antonius, antes de que se entrara en lo que se ha dado en llamar la edad oscura, esa Edad Media mítica en la que no parece que amaneciera a menudo y que sólo se recuerda muchas veces por los estragos que se causaban entre sí los distintos señores ante la mirada impotente de sus vasallos. Después de la finca romana, hay constancia de que se levantó una de esas torres señoriales, para convertirse a partir de 1182 en la villa fortificada que hoy se conoce, de la mano del rey Sancho el Sabio, que le otorgó el fuero correspondiente. Cruce de caminos Así, este cruce de caminos natural entre, por una parte, la Llanada alavesa y Navarra, y por otra, La Rioja y Guipúzcoa hasta el mar, contó desde ese momento con una población segura, privilegiada por un fuero y avituallada para cubrir las necesidades de quienes transitaran por ella, en unos momentos de apertura del comercio y de prioridad del poder real sobre el de los señores. Esa seguridad que había de transmitir aquella villa amurallada que era Antoñana en el siglo XII se percibe hoy también nada más cruzar el río, que hacía y hace de foso para quien quiera acceder por su entrada meridional. Elevada sobre un otero que tiene en su lado occidental el citado foso natural que es el arroyo Sabando, y al oriente el alto de Hornillos, la villa tiene su principal acceso por la puerta sur, que es también la de la iglesia y el inicio de una muralla que recorre todo el perfil occidental y que es uno de los principales orgullos de este concejo perteneciente al Ayuntamiento de Santa Cruz de Campezo. La muralla se conserva en perfecto estado gracias a que los vecinos de Antoñana sustituyeron su antigua función defensiva por una constructiva, ya que adosaron las casas a ella. En estos momentos está restaurada la mitad de la muralla, como bien puede disfrutar el viajero desde la carretera y, según previsiones del concejo, el resto del paramento se rehabilitará durante este año. Ya en el interior de la villa, superada esa cuesta que sube a la iglesia, el visitante se adentra por un pasadizo que une las calles Mayor y Sol de Arriba y que tiene en su interior la entrada a la antigua cárcel (en realidad, no tan antigua, ya que los vecinos todavía recuerdan gentes presas en sus celdas y los grilletes colgando de sus paredes), hoy convertida -y no se sabe lo que se gana- en sala de exposiciones. El paseo por sus apretadas calles cuenta con sorpresas como la de los pasos porticados que comunican esas calles bajo las casas, en las que a veces aparecen las fechas de su construcción (en la calle Mayor se puede ver todavía un sillar con la inscripción de 1565). Y una vez que se llega al extremo septentrional del pueblo fortificado (Antoñana tiene su correspondiente arrabal que se prolonga hacia el norte), aparece la torre que defendía esa entrada. La construcción ha sido muy modificada, pero todavía se pueden ver un par de arcos apuntados, alguna saetera, restos que son de un torreón que presumiblemente se edificó hacia el siglo XIII. Regresando hacia el sur, el paseo por Antoñana no puede dejar de lado los soportales de su perfil oriental, pasadizos con techumbre adintelada, que conservan el sabor medieval de refugio que tenía la villa. Es uno más de los componentes artísticos e históricos que llevaron a nombrar a esta villa monumento nacional de Euskadi. Ya en las afueras, se encuentra la ermita de Nuestra Señora del Campo, que cuenta a su lado con el pequeño y coqueto cementerio de la villa. Este templo, cuya construcción se remonta al siglo XIII, acoge una imagen de la Virgen de la misma época, una de las joyas de Antoñana. Paseo ecuestre Quizás sea porque todavía permanece entre sus muros el repiqueteo de las herraduras de las caballerías sobre el empedrado, pero en Antoñana tienen fama los paseos ecuestres que se pueden realizar por los alrededores, que poseen senderos bien marcados y un paseo de excepción: el que se ha diseñado aprovechando el recorrido de la vía del antiguo Ferrocarril Vasco-navarro, desaparecido hace treinta años, que unía Vitoria con Estella y que tenía en Antoñana una estación de categoría, hoy recién restaurada, que anunciaba la llegada a una villa de renombre. Pero, para quien no es aficionado a la equitación, la villa fundada por Sancho el Sabio ofrece la posibilidad de recorrer uno de los caminos mejor conservados de toda la Montaña Alavesa, la llamada Senda del Agin (Tejo), que sube hasta el monte Soila. El interés del paseo reside en el árbol que le da nombre, un excelente ejemplar de esta especie, de catorce metros de alto y cinco de perímetro, que lleva todos los años, en primavera, a los vecinos de Antoñana a salir de su pueblo amurallado y ascender hasta donde se encuentra el tejo para pasar una jornada de confraternización. Ya de aquí, sólo queda subir a la cima del Soila para disfrutar de una de las más amplias panorámicas de todos los montes alaveses.

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