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Con o sin referéndum, la división persiste en la mente de todos

Unionistas y republicanos coinciden en que faltan décadas para la verdadera reconciliación

Berna González Harbour

Liz Dowds ha conseguido que prendan unas rosas blancas en su jardín de Springfield Park, con vistas al muro que divide las dos zonas de Belfast. Aquí creció de niña, pegando patadas al balón y corriendo a casa cuando empezaba la tromba. No de agua, sino de los tiros, piedras y balas de goma que han cruzado libremente durante 30 años el muro que traza el apartheid irlandés, la división entre un Belfast británico, unionista, protestante, más rico, y un Belfast católico, republicano, pobre. Liz vive en la última casa de la línea católica y hoy votará sí para que sus hijos, de 12 y nueve años, den a luz a sus nietos en una era de paz.«Harán falta diez o veinte años para que no veamos este muro», cuenta Liz Dowds, que ya ha cumplido los 32. Ella era una niña cuando se alzó la alambrada, y creció al mismo ritmo que las torretas donde hacen guardia los agentes del Royal Ulster Constabulary (RUC), la policía más armada de Europa, con 13.000 hombres. Es éste el barrio de Falls Road, el misérrimo gueto católico donde los pubs sólo admiten como socios a ex presos del IRA y donde el Sinn Fein tiene su mayor parroquia.

Los comercios son pequeños, están pintarrajeados de graffitis del IRA y de todos los grupos paramilitares republicanos escindidos de éste, y las abuelas hacen la compra con dos o tres niños colgados al cuello. «Votaré sí. Es la única manera de que estos nietos conozcan la paz algún día, tal vez cuando sean mayores. Si votamos no, podrán pasar otros treinta años hasta que tengamos otra oportunidad de paz», dice la abuela Linlin, de 50 años, tras sentar a sus tres chiquillos en las máquinas tragaperras para estar un rato tranquila. Aquí también juegan los parados.

Los católicos (47% de la población), salvajemente discriminados hasta los años setenta en empleo, vivienda y educación, acaparan aún las mayores tasas de paro en una sociedad que ha mantenido la desigualdad por inercia. Aunque las políticas oficiales ya no permiten la discriminación, la realidad es que el 28% de los católicos está en paro, frente a un 13% en el lado protestante (53% de la población).

Y eso se ve. Son dos economías paralelas que llenan el oeste (católico) de modestos comercios que empiezan por O' o por Mac (O'Connors, Mac Laughin...) y el este (protestante) de Adams, Wsmiths o Etam Lingerie. Los primeros son más oscuros, avejentados, los clientes más pobres. Los segundos son de techo diáfano, baldosas relucientes, amplios y agradables como cualquier centro comercial europeo. En ellos pasean los probritánicos, y a ningún católico se le ocurriría venir a comprar, o al menos decirlo. Señoras con trajes nuevos, peinados impecables, pensionistas de buena salud y bebés con ropa de estreno en cochecitos nuevos es el paisaje del centro comercial Connswater, en Belfast oriental. Nada que ver con los niños de ropa heredada del Belfast occidental. «No», responden al unísono Telar y McAulew, dos amigas unionistas de mediana edad, sobre el voto de hoy. «Nacimos británicas y moriremos británicas. No hay otra opción», asegura la primera. «Suscribo totalmente», dice la segunda. «Que nos tengan separados con un muro, como Berlín, no hay otra solución. No hay alternativa». En este mercado del sector unionista, la respuesta más hallada es no.

Sólo un ama de casa de 28 años, con un bebé en el carro, dice sí. ¿Por qué? Señala al niño, y calla su nombre. Otras dos mujeres, madre e hija, también apuntan a su par de gemelos de dos años para explicar su indecisión, que probablemente se terciará hoy en sí. «Todos hemos sufrido muchos muertos, en cada familia, entre los amigos, y es tiempo de olvidar y perdonar. Así nos lo dijo Dios», cuenta la madre, Ann, de 51 años, abuela de los dos gemelos. Pero de optimismo nada. «En absoluto. No puedes satisfacer a los dos bandos, y con este acuerdo quieren hacer eso. Eso es imposible». Su hija July, de 30 años y ama de casa, forma parte de esa amplia franja de indecisos que, sin embargo, sólo tiene claro que sí va a votar. «A veces creo que sí, y a veces que no. No quiero que los prisioneros salgan a la calle, los terroristas, que tantos crímenes han cometido. Pero tampoco quiero que siga la guerra».

Todo calzan como un guante con las encuestas que ayer se publicaban en Belfast: entre los unionistas, el 43% votará no, el 40% sí y el 17% se mantiene indeciso. Entre los católicos, sin embargo, el sí es aplastante, y asciende al 96%. Las diferencias son tan palpables y están tan enraizadas que nadie aquí confía en que el referéndum resuelva las cosas a corto plazo. Ese convencimiento es, tal vez, lo único que les une.

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Sobre la firma

Berna González Harbour
Presenta ¿Qué estás leyendo?, el podcast de libros de EL PAÍS. Escribe en Cultura y en Babelia. Es columnista en Opinión y analista de ‘Hoy por Hoy’. Ha sido enviada en zonas en conflicto, corresponsal en Moscú y subdirectora en varias áreas. Premio Dashiell Hammett por 'El sueño de la razón', su último libro es ‘Goya en el país de los garrotazos’.

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