Vascos de verdad por verónicas
Viajeros procedentes de Vizcaya informan de que sigue existiendo miedo a ETA y las bandas jemeres, pero ya no tanto a Arzalluz; y que en esto consiste el espíritu de Ermua y es lo que explica la tendencia de dicho dirigente a aumentar la dosis cada vez que habla. La gente aún teme disentir en público del pensamiento mínimo de los líderes máximos, pero cada vez está más harta de tanto discurso destinado sólo a buscar enemigos con los que marcar distancias.Un tanto artificialmente. Lo de que "no creemos en la nación española ni la aceptamos" parece destinado a provocar a los del ABC; pero ¿de verdad piensa Arzalluz que las cosas son así de tajantes y que la identidad vasca excluye cualquier otra? Eso de que "los vascos de verdad somos los nacionalistas" ¿es una autocrítica por el discurso del Arriaga de hace diez años, en el que reconoció que había diversas formas de sentirse vasco? ¿Quiénes son esos vascos de mentira a los que no nombra? El Arzalluz que en el debate parlamentario sobre la amnistía, en octubre de 1977, pidió un gesto de perdón recíproco ¿qué tiene que ver con el que asegura que "no puede haber un proyecto político compartido" entre un nacionalista español como Mayor Oreja y un nacionalista vasco como él? ¿No habíamos quedado en que el Estatuto de Gernika era el punto de encuentro de nacionalistas y no nacionalistas?
La identidad nacional no es algo predeterminado e ineludible, sino sometido a factores contingentes. En la época de la escisión del PNV, los dirigentes de este partido definían la idiosincrasia vasca como una forma de ser que se manifiesta en valores como la lealtad y la seriedad, el respeto a la palabra dada, etcétera. Pero si se les preguntaba por los vascos nacionalistas del otro sector los definían como desleales, superficiales, sin palabra. El estereotipo de vasco forjado a partir del siglo XVI le define como "corto en palabras pero en hechos largo", y es cierto que quienes salieron del caserío para ganarse la vida lo hicieron preferentemente como marinos, soldados, contables, secretarios y confesores: oficios taciturnos, de gente de pocas palabras. Pero el prototipo del vasco nacionalista actual se aleja bastante de ese perfil: suelen ser gentes parlanchinas (parraplas, como dicen en Bilbao), mejores oradores que escritores y más dados a la improvisación mediterránea que a la reflexión alemana.
Es curioso que uno de los personajes que ahora mismo encarna las virtudes del vasco indómito sea un francés nacido en Tarifa: aclamado por el público de San Mamés tras la victoria, Luis Fernández, el entrenador del Athletic, se marcó el pasado viernes unas verónicas con la ikurriña como capa. El inventor de esa bandera, Sabino Arana, se hubiera espantado de ver el desacato impune, pero al público, incluyendo seguramente a muchos votantes nacionalistas, no le pareció mal y coreó los pases con olés.
Hace 15 años el prototipo del vasco-vasco era otro entrenador, Javier Clemente, actual seleccionador nacional, de quien Arzalluz escribió: "No lo conocí en el fútbol, ni en la ópera, ni en una cafetería. Le conocí a lo vasco, en una comida de amigos. Donde se comparte el pan y el vino". Y le definía como "un vasco templado". En fin, que la identidad nacional no es algo tan esencial e inmutable. Muchos que fueron nacionalistas, dejaron de serlo, y el propio Sabino Arana se consideraba patriota español hasta que su hermano Luis le pasó la Idea. Como ha escrito Mikel Azurmendi (La herida patriótica. Taurus. 1998), "hace 100 años la inmensa mayoría de los vascos creían ser los más españoles", y hace 60, en la guerra civil, unos vascos lucharon contra otros vascos, siendo mayoría en ambos bandos los que se consideraban españoles. Por ejemplo en Azkoitia, pueblo de tradición carlista en el que vino al mundo el actual presidente del Euskadi Buru Batzar.
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