"Apocalypse now", pero luego
JAVIER MINA La misma tarde en que se rendía homenaje al dibujante Ibáñez por los 40 años de Mortadelo y Filemón, la CIA -no la TIA, que sólo es un poco más desastrosa y esperpéntica- nos ha sorprendido con una advertencia que parece sacada del mejor comic, aunque no de risa sino catastrofista. A su juicio, el mundo camina hacia el caos. La culpa la tienen los dos últimos dígitos de los viejos programas de ordenador que harán imposible que el sistema distinga entre el años 1900 y el 2000, hundiendo al mundo -al mundo que usa ordenadores, raramente a los bosquimanos- sin que nadie parezca prestarle atención. El efecto 2000 -o problema Y2K, otra manera de nombrar la pifia- resultará mucho más espectacular e incisivo que el ídem de Borrell porque pondrá muchas más cosas patas arriba. Por ejemplo, puede ocurrir tranquilamente que usted consulte su saldo bancario y le den la confesión de un asesino que se arrepentía on line, a menos que abra el grifo y se encuentre con el célebre botín de Roldán transferido a su libreta o -qué penoso- con el listado de simpatizantes del enano de jardín. Podría suceder también que quiera encender la luz y se tope con la mano de un operado dado prematuramente de alta, si no es que del cajero automático le salta un misil Patriot. En el mundo político las consecuencias serán fatales, ya que no habrá manera de distinguir entre quien trata de meter a 154.000 votantes en la cárcel, quien desea blindarlos, quien siente un aire de animadversión -pero jamás de plomo- en la nuca tras cada atentado, quien ve calentamientos de boca, quien sólo detecta carroñeros en el ojo ajeno, quien mete la pata que saque la pata, quien propone, textualmente, una solución policial para acabar con el reflejo externo (?) del contencioso, quien piensa que África empieza en el Ebro y no en los Pirineos, quien se congratula porque la nación -¿cuál?- se halla en estado, quien, en cambio, se debate porque ofrece una estampita de primera comunión con fondo azul, ovejitas y verdes prados, siendo más verdad que consiste en pájaros tóxicos, corruptelas reciclables, o cultura baja en calorías. Hacia las postrimerías del primer milenio, la gente -curiosamente la del mismo hemisferio... cerebral- dio en creer que se avecinaba el fin del mundo con su trompetería del Juicio incorporada y se preparó mediante la penitencia y la oración. El milenarismo de la CIA, mucho más pragmático, no aconseja a sus agentes que pongan en orden su conciencia -tal vez porque los ordenadores de Dios también resultarán afectados-, sino que pongan en orden sus cuentas bancarias, acumulen dinero en efectivo y consigan -aquí está lo más chusco- mantas, muchas mantas. Bien mirado, no tiene nada de extraño, lo de las mantas, digo, porque allá por los 70 el Ejército español preconizaba lo mismo en caso de fin del mundo nuclear. Para protegerse de la radioactividad bastaba con cubrirse con una simple manta mojada, ¿qué importa que al otro lado de la ventana -el adiestramiento se impartía mediante costrosas filminas y banda sonora imperial- creciera y se agitase el gran hongo atómico? Los vaticinos de la CIA han dejado atónitos a semiólogos, comunicólogos y vendedores de humo ya que, por primera vez en la Historia, el aniquilamiento de una civilización se situará en el terreno de la representación. Sí, lo novedoso del fin del mundo façon 2000 radica en que las cosas se destruirán como consecuencia de haberse destruido primero sus representaciones. Lo que debería inclinarnos a ser más cuidadosos con sus símbolos y metáforas que utilizamos cotidianamente. Así, la milenarista creencia de que vivimos en guerra, atizada sibilinamente con el fin de conseguir a cualquier precio la paz, está consiguiendo que cada Noé se encasille en el arca que le salvará de las aguas. Y así, no. Porque a río revuelto siempre ganan los mantas.
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