Los militares confían en controlar el cambio
Los 400.000 integrantes de las fuerzas armadas indonesias están en el centro de la política nacional, aunque su actuación del pasado martes en el oscuro incidente de la Universidad de Trisatki -donde las fuerzas de seguridad mataron a seis estudiantes, no se sabe por órdenes de quién- es una grave mancha. «Si vuelven a hacer algo así, su papel será muy distinto en el futuro», adelanta Rizal Ramli, un economista que milita en la oposición y que ayer estuvo en el Parlamento de Yakarta para, en nombre de los estudiantes, entregar a los representantes de las fuerzas armadas en la Cámara una petición: que eleven al presidente Suharto una solicitud de dimisión. La respuesta que recibió le pareció positiva, aunque formal.
Los cinco representantes del Ejército con los que habló le dijeron que presentarían la demanda a sus superiores: Harmoko, como presidente de los diputados, y Wiranto, como jefe del Ejército. El Ejército se ha mantenido neutral en esta crisis, pero «está cambiando lentamente hacia la reforma», según Ramli. «Y ese cambio se va a acelerar».Las fuerzas armadas han ido perdiendo influencia política con Suharto, pero aún siguen siendo la institución más fuerte y mejor organizada del país. Están divididas en esta crisis, pero, si los generales retirados sirven para tantear el estado de opinión de los cuartos de banderas, es claro que la mayoría de los soldados ansía el cambio. Pero pacífico. Lo decía ayer Ibrahim Saleh, un ex general que estaba con los estudiantes en el Parlamento: «Yo quiero la reforma. Aquí la reforma es la revolución. No quiero una revolución porque eso supondría un baño de sangre». Otro general retirado que habló a los universitarios era mucho más fogoso y pedía la inmediata salida de Suharto: «Todo el mundo quiere que se vaya».
Como todo ejército que se precie, el indonesio no tolera el caos y no tiene el menor interés en desmantelar la sólida estructura del Estado que ha ayudado decisivamente a crear desde la independencia del país, ganada a Holanda al final de la II Guerra Mundial.
Además, desde 1957, el Ejército se mueve siguiendo el principio de la función dual, como defensa nacional y como activísimo agente social en campos que van desde la educación al sector empresarial, pasando por el mantenimiento del orden público en las zonas más remotas del país. No hay rincón de la sociedad donde las fuerzas armadas no tengan puesto un pie.
Lo que los generales indonesios desean es unidad nacional, estabilidad política y desarrollo económico. Hasta ahora, Suharto se lo había dado, pero en estos momentos hay guerra abierta en los tres frentes: el desarrollo económico se ha frenado en seco; la estabilidad está en el aire, y la unidad nacional se ve amenazada no sólo en la ex colonia portuguesa de Timor Oriental, -donde el Ejército no para en barras para defender la integridad nacional, a costa de practicar un genocidio, en palabras del premio Nobel de la Paz Carlos Felipe Ximenes Belo- sino también en Irian Java y en Aceh, a ambos extremos de un archipiélago de 17.000 islas que tiene 5.000 kilómetros de una punta a otra. Al Ejército le ha ido bien con Suharto, tanto, que como fuerza política se había quedado adormecido. El pasado mes de marzo, como ocurrió diez años antes, el presidente se presentó a la reelección acompañado de un vicepresidente, esta vez Josef Habibie, que no era quien los militares hubiesen deseado como número dos.
Algunos analistas aventuran que el presidente Suharto ha ido desconfiando cada vez más de sus soldados y que se ha rodeado de una guardia pretoriana de fieles a los que, como prudente medida de autodefensa, procura mantener enfrentados.
En un régimen nepotista como el indonesio, Suharto hizo hace años jefe de las fuerzas armadas a un cuñado, y ahora tiene al frente de la principal unidad del Ejército a un yerno, Prabowo Subianto, marido de su hija mediana.
Actuación en Timor
Prabowo, de 46 años, es un general fanfarrón, impulsivo, ajeno a la sutileza y amante de la acción. Hombres en teoría bajo sus órdenes fueron los que hace una semana dispararon contra los estudiantes en Yakarta, pero también tuvo actuaciones conflictivas en Timor en el pasado. En su mejor estilo, el pasado viernes apareció en televisión para salir al paso de las especulaciones sobre sus disputas con el general Wiranto. «Ése es un asunto que se ha creado para que parezca que hay divisiones en las fuerzas armadas», dijo.Wiranto está hecho de otra pasta. Ascendió a la jefatura del Ejército y al menos importante Ministerio de Defensa tras haberse ganado la admiración del presidente, de quien fue ayudante. A sus 51 años, tiene vitola de hombre cauto, moderado y profesional. En la presente crisis se le atribuye una agonizante lucha por mantener un equilibrio entre las peticiones de los estudiantes -«hemos recibido vuestro mensaje, volved a las aulas», les dijo hace unos días- y su lealtad al presidente.
En medios diplomáticos de la capital, Yakarta, se piensa que si el presidente Suharto llegara a dimitir, Wiranto podría ser un hombre de transición. Los mismos medios consideran que si en el anunciado cambio de Gobierno la posición de Wiranto sufre en beneficio de Prabowo, el desastre y la sangre estarán servidos.
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